Capítulo único

648 92 29
                                    


Trato de concentrarme en las figuras que el humo del café dibuja sobre el aire, intento adivinar que es aquello que quieren contarme antes de desparecer, antes de pertenecer completamente al suave aroma de aquella esquina.

La vainilla inunda mi paladar, dejando su dulzor en mi garganta; me pregunto forzosamente a quien se le habrá ocurrido, si habrá sido intencional o un accidente afortunado. En mi mente aparece un repertorio de sabores similares, que compiten por llevarse el título de "Favorito"

Todos en la lista, merecen una felicitación por deleitar mi sentido del gusto, por dejar un recuerdo latente que es digno de revivir; una experiencia única que, quizás, sea más emocionante que escalar el Everest o visitar el espacio.

Es barato, exquisito y apasionante; pienso que nada podría igualar el nivel de mi pasatiempo más antiguo, de la actividad que extiende la tranquilidad en mi rutina, que deja atrás tus besos fugaces, junto a tus caricias suaves.

Eres un bucle interminable, pensé, quizás ahora te encuentres probando un Capucchino amargo a mi lado, sintiendo la brisa de la ventana o incluso hablándome de lo mal que se encuentra mi situación económica; no me importa, te contestaría, con tal de poder observarte probando una de mis recomendaciones maliciosas.

Leeríamos las noticias, comentando algún que otro chiste sobre la política que, según nosotros, nos esclaviza; pediríamos una segunda ronda de la bebida más extravagante de la casa, hablando de trivialidades como el color de las paredes, hasta observar el nacimiento de la noche y, cuando el encargado nos informe de la hora de cierre, nos levantaríamos sin dejar propina.

Tus manos se entrecruzarían con las mías y nos quedaríamos en silencio hasta llegar a casa; las paredes sin pintar nos abrigarían en la época de lluvia y nos acostaríamos viendo las delgadas líneas del techo.

Estábamos tan enfrascados en nuestras costumbres que, cuando te perdí, simplemente, no supe que hacer.

Pensé que podría continuar, seguir adelante a pesar del dolor que se formaba con tu nombre; pensé que disfrutando cada segundo de tu compañía, cuando llegase lo inevitable, me despediría con una sonrisa, esperando estar junto a ti nuevamente.

Ahora sé que nunca estuve preparado para decirte adiós.

Una tarde habías mencionado que, sin mí, tu Capucchino favorito tendría un sabor diferente. Me hablaste sobre lo mucho que me amabas ─ Haciendo que mi corazón se llenara de ti nuevamente ─ y como, en cada tarde, endulzaba un poco tu bebida ─ Resolviste el misterio del porque nunca usabas azúcar ─

Recordar ese momento, me hizo pensar que lo sabías, que habías recibido alguna señal cósmica que te informo el fin de tu vida y a lo largo de los meses lo he analizado con detalle, pero dime, ¿De qué sirve?

Busque en tus recetas viejas una poción para hacer que tu corazón latiera, sin embargo solo encontré como hacer el estofado de la mejor manera; mi estomago te agradeció en la intimidad y mi corazón sigue deseando tu regreso.

¿Por qué? Me pregunte, después de un año.

Mirando el atardecer en nuestra esquina predilecta, a sorbos de terminar el Latte que ha intentando tapar tu ausencia; deduje que no fue tu culpa, ni mía, ni de algún ser extraño perdido en esta tierra: Fue casualidad; solo un conjunto de condiciones que dieron una respuesta desafortunada.

No hay más que saber ni analizar; y es porque no puedo vengarte o aferrarme de un arrepentimiento, que la situación se vuelve más difícil. Entonces, sin más que la estela de tu risa sobre el aire, me siento en el tejado con una cerveza en la mano y empiezo a buscarte entre las estrellas del horizonte.

Se que vives en la más brillante, en una altura más elevada que las demás, para que tu luz no interrumpa la paz de nadie; puedo asegurarme de que en el canto de los grillos encuentras los coros de tus poesías y que en el aleteo de las luciérnagas vuelas a tu infancia entre las montañas, te entretienes viajando entre las galaxias, buscando a alguien que necesite de tu presencia.

Y, cuando el sol se atreve a interrumpir tu libertad, te deslizas a lo alto del cielo, intentando ver dentro de nuestros vidrios polarizados; puedo sentir tu preocupación en la cálida brisa que susurras, respondo cerrando los ojos, porque tanto como conozco tus expresiones, tu también interpretas las mías.

Siento tu peso en mi lado del colchón y las líneas al azar que dibujas sobre mis mejillas; exhalas con rapidez, ocultando las palabras que ambos nos esforzamos por evitar.

Puedo imaginar que has encorvado tu espalda y relajado tus hombros, casi en un gesto desesperado, como si estuvieras diciéndome un adiós forzado; dejo de sentirte cuando el sol aparece completamente.

Trato de no abrir mis ojos, ─ incluso si las lagrimas me lo exigen─ prefiero engañarme con tu toque imaginario, con tus caricias suaves que me despiertan de la forma más bella existente; prefiero sentir que estas aquí para desearme buena suerte en el trabajo o para despedirme con la receta exquisita de tus labios.

Incluso si es más doloroso, prefiero engañarme con que volverás.

Así que, por favor, hazlo pronto; tu Capucchino te está esperando. En el mismo lugar, en la misma mesa, con el periódico del día ocultando nuestros nombres mal tallados, nuestro pequeño vandalismo. Ven, para sentarnos y ver el atardecer, para tomarnos las manos y refugiarnos de las lluvias del otoño.

Y, si quizás no puedes venir, dime donde estas, para que pueda encontrarte y sentir ese perfume a café que tanto adoro. Mándame una señal e iré con alguien de gran intelecto para poder descomponer tu mensaje y hacer posible nuestra reunión.

Solo dame una esperanza de encontrarte, de ver tus ojos de nuevo y la suerte de ser testigo del nacimiento de una sonrisa en tus labios, más hermosa que tus relatos en la madrugada; déjame escuchar los "Te amo" de tu voz grave, permíteme, una última vez, sentir los latidos de tu corazón.

Veo el contenido de la taza, un último sorbo me tienta, junto a las noticias que no me he atrevido a levantar; Antes de que el encargado se acerque, esta vez, ya me había ido.

Como has dicho, el café no es lo mismo sin ti, Karamatsu.

------------------

Gracias por leer. 

Recuerdos con sabor a caféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora