Todo empezó desde el momento en que mi memoria comenzó a fabricar recuerdos.
De pequeña, la vida parece tan fácil que uno suele recordar poca cosa, juegos y risas, raspones que ahora desearía que fuesen mis problemas más importantes. Pero por desgracia, no lo son.
Me encantaría recordar el primer momento donde no pude decir que no. Quizás por lástima, o por pensar demasiado en quien estaba del otro lado. O quizás por ambas. Lo que importa es que si pudiera recordarlo, y tendría una máquina del tiempo, le diría a mi yo del pasado que corriera y no dijera ni una sola palabra, porque luego de unos años, se arrepentiría.
Pero claro, decirle eso a una niña seguro equivaldría a un llanto descontrolado (o a muchos gritos), seguido de muchas explicaciones; y eso sin contar que en realidad no tengo ninguna máquina del tiempo. Hasta ahora me conformo con un teléfono celular que marca la hora, y el tiempo rara vez está a mi favor.En realidad, ¿Algo está a mi favor?
Desde ese momento, infinidades de situaciones se presentaron en mi vida, y en ninguna de ellas pude decir la palabra magica: No. Sé que parece tonto, pero imagínense, 18 años sin oponerse a nada, sólo a mi misma.
Con el tiempo me convertí en "esa persona a la que siempre puedes acudir", claramente porque "nunca dirá que no". Desde tareas que no quería leer hasta culpas que no quería asumir, sólo porque otro lo necesitaba, porque estaba peor de lo que yo podría estar si cargaba con todos sus problemas.Y así fue.
¿Quién hubiera imaginado que todos esos problemas me harían caer algún día? Nadie. Ni siquiera yo.