Hace mucho existía un reino abundante en belleza y verdor en cada punta de éste. Estaba regido por una monarquía justa y limpia. En el castillo, vivían las dos cabezas que coronaban el cielo. El valiente y buen Rey, la bella y tranquila reina y su pequeño hijo, un ñríncipe cuya bondad era mas brillante que todo el oro del mundoz acompañado de una sonrisa llena de inocencia y calor.
Los padres a menudo reprimian a su hijo por escapar del castillo, esto era gracias a que la vida monótona en éste provocaba un interés inmaculado hacia el exterior. Una mañana como cualquiera, en el que el hijo rondaba por el castillo, se topó con lo que parecía, la biblioteca principal, usualmente el príncipe no requería hacer una visita a tan viejo almacén de libros, pues todo lo que necesitaba, era traído por su servidumbre o tutores. Tan solo echó una mirada para apreciar que era más de lo que había leído o aprendido antes. En sus tiempos libres devoraba libro tras otro. Al un libro, en seguida leía otro. Mas pronto de lo posible, terminó con la biblioteca entera. Sin saciar su sed de aprendizaje, pensó que quizá la librería del pueblo tendría algo más para él. Por lo que se propuso un día dirigirse a ese lugar por entonces, desconocido para él.