Así, el principe, burlando la guardia una vez mas, escapó partiendo rumbo a la susodicha librería. Tras estar una vez dentro, observó, aunque pequeña, pero pintorezca que ésta lucía. Tomó un libro y se dispuso a leerlo ahí mismo. Pasaron las horas y él debía volver a casa. Al aproximarse notó como una figura yacía tumbada en el suelo. Sin pensarselo corrió hacia él para ayudar a lo que fuera que estuviese ahí mismo. Cuando la misteriosa criatura se mostró, resultó que sólo se trataba de un pobre anciano cansado. El joven le preguntó si tenía refugio donde permanecer para antes del anochecer, a lo que éste respondió que sí pero que le resultaba difícil ya a su edad llegar hasta ahí y con el aterdecer descendiendo cada vez mas sería dificil ver por donde ir. El pequeño niño le ofreció su ayuda a acompañarlo hasta su hogar. Al llegar a la casa del anciano éste le ofreció sentarse en los troncos que mantenía delante de la fojata y hablar un poco para compensar el largo viaje. El principe aceptó pues solo se trataba de una charla amistosa. Tras un rato manteniendo una conversación casual sobre un interés particular sobre los libros y una que otra anécdota divertida, el principe se percató de lo tarde que se había hecho ya, así que se despidió gentilmente del anciano y se dispuso a partir. El anciano le preguntó antes de que se marchara si no le interesaba el conocimiento a lo que éste respondió que eso era lo que mas le gustaba pero por su reducido tiempo no tenía oportunidad de colmarse con la sabiduría de otros libros lejos de sus materias habituales. El viejo le ofreció que podía aprender por siempre sin preocuparse del tiempo ni nada más. Los ojos del joven se llenaron de vigor y curiosidad ante las palabras del viejo por lo que sin demora quiso saber cómo podría hacer eso realidad.