say goodbye

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Era una noche fría, mis extremidades estaban heladas y cuando abría mi boca para decir algo salía una especie de humo.

Me encontraba en el balcón de aquel bar observando a los coches que estaban por debajo. Desde mi punto de vista todo era tan pequeño que sentía que podría tomar uno de esos autos con mi mano.

El cielo estaba estrellado, la música aturdía mis oídos, y la cerveza estaba mala.

Sólo quería irme.

Y fue entonces cuando, por la calle principal, pude ver a un chico de cabello negro.

Mis interiores me gritaron «¡Ve por él, ahora!», y yo suelo hacerle caso a mi consciencia, así que eso hice.

Corrí, bajé las escaleras, atravesé la pista de baile (incluso choqué con varias personas) y después crucé la calle como un idiota al cual no le importa su vida en lo absoluto.

Porque sí algo he aprendido es que cuando ves algo y te gusta, pero en serio te gusta, debes perseguirlo.

Me bastó con tan sólo verlo de lejos para saber que ese chico era especial.

Cuando lo alcancé, toqué su espalda. Él se dio la vuelta y me miró extraño.

Sus ojos eran como el mar, su piel era tan pálida que parecía porcelana, sus labios eran rojizos, y su cabello era tan negro como la noche.

Él era perfecto.

Me gustó en cuanto lo vi. No sabía su nombre, si tenía pareja, sus gustos, su edad, nada.

Yo era un loco que se arriesgaba por cualquier cosa aún así se tratara de una bola de papel.

Siempre me gustaron las cosas desconocidas y extrañas. Nunca sabes lo que puedes descubrir.

Recuerdo que ese chico dudó en socializar conmigo. Claro, era de noche y yo apestaba a cerveza.

Sin embargo me dijo su nombre.

Kellin Quinn.

No era un nombre típico, él no era común, era diferente a los demás, tenía una especie de chispa especial que hacía que te quedaras encantado con su persona.

Él me dijo que era nuevo en la ciudad y que necesitaba ayuda para ir al metro para después ir a su casa.

Jamás me expliqué cómo es que un chico tan tierno y frágil paseaba de noche por las calles de una ciudad tan malévola.

Llegamos al metro y entonces él se dio cuenta de que ya no le quedaba dinero para el pasaje, y cuando yo quise pagar, me di cuenta de que me había olvidado la cartera en el bar.

Fue chistoso en el momento. Kellin rió, y juro que nunca voy a olvidar la imagen que quedó en mi cabeza de aquella vez cuando el chico pelinegro reía a carcajadas mientras se buscaba en los bolsillos de los pantalones algo de dinero.

Tomé su mano y lo hice correr hasta llegar a las máquinas en donde se supone, deberías de pagar.

Le dije que saltara, y lo hizo. Después yo salté, y cuando menos lo pensé, ya teníamos a los guardias detrás nuestro.

Comenzamos a correr por toda la estación. Él casi se cae, sin embargo, pude evitarlo porque lo tomé de la mano.

Entramos al metro y los guardias se quedaron atrás ya que justo en ese momento comenzó a avanzar y las puertas se les cerraron en la cara.

Kellin me dio su número.

Yo lo llamé.

Lo llevé a conocer cada parte de la ciudad, y mientras él conocía lo que sería su nuevo hogar, yo lo conocía a él.

Say goodbye [Kellic] (One shot)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora