Capitulo 1: Modales

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Con los primeros rayos del Sol, todos se fueron marchando. Meg a regañadientes ya que quería terminar de limpiar.

En dos minutos terminé de ordenar el piso que ocupaba. Miré mi reloj, marcaba las seis y media.

Comenzaba a trabajar a las once así que tenía tiempo de tomar un descanso.

Mientras caminaba a mi habitación, cogí mis regalos, el lugar perfecto para ponerlos era mi dormitorio, el lugar donde pasaba más tiempo.

Colgué el cuadro de Ian frente a la ventana para que todos los días tuviese su color.

La cajita de música la coloqué en mi gran escritorio. Aun no la había abierto y la curiosidad no pudo más conmigo. Al abrirla dejó escapar una suave melodía, la reconocí al instante. Beethoven era mi favorito.

Escuchando la música, cerré bien las ventanas y me tiré sobre la cama, para que, minutos después caer en un profundo sueño.

Cuando desperté, el reloj de la mesa marcaba las diez y cuarto. Me levanté perezosamente y me dirigí al armario. No tenía muchas ganas de elegir la ropa que tenía que llevar, así que agarré el primer pantalón oscuro y algún jersey perdido por el caos y me vestí.

Cuando llegué al baño, observé mi reflejo en el espejo. Los vampiros tenemos reflejo, aunque los humanos no lo crean así.

Tenía la piel pálida, parecía enferma. Mi cabello oscuro caía en cascada por mi espalda. Y mis ojos, de un azul intenso, me miraban sin comprender.

Después de tantos años no me terminaba de acostumbrar a mi apariencia. Me alejé rápidamente del espejo y caminé hacia la sala de estar.

Mi salón y recibidor siempre cambiaba cada cierto tiempo. Disponía del dinero suficiente y cada vez que descubría un nuevo estilo, me dejaba llevar.

Ahora había optado por los paneles de madera oscura y pintura roja oscuro con rayas verticales negras en cada esquina. Le daba un aire misterioso que me encantaba. Disponía de una gran variedad de pinturas, la mayoría de Ian, que al descubrir que me gustaba su forma de pintar, me regalaba siempre alguno. En el centro dos colosales sofás de cuero negro descansaban elegantemente sobre el suelo y bajo ellos una alfombra blanca, regalo de Meg en los 50.

Cogí mi bolso y salí de la casa.

Nunca usaba el ascensor, aunque viviese en un décimo piso, no me daban confianza, una vez me quedé encerrada en la parte de arriba, por suerte era de noche, si hubiese sido durante el día, habría sido destruida por los rayos del astro rey.

-Buenos días señorita- me saludó amablemente el conserje.

-Buenos días Wilson, durmió usted bien?

-Según se mire, joven. La espalda me mata.

Me sonrió y yo no dudé en devolvérsela, ese hombre me recordaba a mi padre y no podía disimular esa satisfacción.

Después de un paseo por las calles de Nueva York llegué a mi destino. Trabajaba en la empresa de cosmética de Úrsula Blacke. Una arpía. Yo ocupaba el puesto de vendedora telefónica y durante horas ocupaba una dura silla de escritorio.

No había nadie cuando llegué, pero poco me importó, subí escaleras arriba hasta la segunda planta y ocupe la mesa número veintitrés. Acomodé a mi oreja el fino teléfono sin cables y esperé a que fueran las once para llamar.

Una característica de los vampiros es que nunca perdemos la paciencia por el lento paso del tiempo. Pero sin duda yo era un bicho raro. Vacié mi bolso y lo volví a llenar quince veces es medio minuto, incluso había colocado lo que seria "mi comida" en el cajón de la mesa. Cuando alguien me veía, les decía que era zumo de fresas espumoso, casero. Siempre les ofrecía, sabía que siempre desconfiaban de mí y nunca se me acercaban demasiado.

Academia De Vampiros... [LIBRO UNICO, EN EDICION]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora