Sinopsis.

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"Cuando eres un vampiro debes pasar desapercibido para salvar tu vida, o existencia"

En el siglo XXI nadie se preocupa por nosotros, ni siquiera muestran interés, pero aun así no hay que desentonar, Hay que resguardarse de la luz solar lo máximo posible, aunque no mate, nos daña.

Para los curiosos, no duermo en ningún ataúd, descanso durante un par de horas en una gran y mullida cama.

Acostumbro a dormir a las horas de las comidas humanas, así una disimula bastante bien.

En mis 247 años nunca he echado en falta la compañía de nada ni nadie, pero durante las noches, no se puede evitar pensar en cosas como qué habría pasado si nunca me hubiese convertido.

Una noche de diciembre, como tantas otras, me encontraba en la azotea del edificio donde residía. Los humanos ya comenzaban a marcharse a casa después del trabajo, embutidas en grandes y pesados abrigos, debía hacer frío, aunque yo no lo notaba.

Escuché unas pisadas que se dirigían al lugar donde estaba, por su fragancia floral supe que era Megan, vampiresa desde mucho tiempo, tanto que ya no recordaba desde cuando.

-Hola, pequeña Lu.- me dijo mientras se sentaba a mi lado.

-Hola Meg, ¿Qué te trae por aquí?

Me miró con ojos decepcionados y negó levemente con la cabeza.

-Peter y Susan tendrán razón.- murmuró.

Peter y Susan eran la única familia que tenía, me encontraron momentos después de mi transformación y me ayudaron con mis numerosos problemas.

-¿Qué razón tendrán?

-Pues que para ser vampiro y tener memoria de elefante, tienes mas bien poca.

Se levantó de un salto y me tendió la mano. Yo sin comprender, la tomé y me condujo escaleras abajo hasta la puerta de mi apartamento.

Me guiñó un ojo, sin duda tramaba algo. Me acerqué a la puerta y la abrí, las luces estaban apagadas pero mi olfato era muy fino, y noté la fragancia de cuatro vampiros más.

En cuanto entré alguien encendió la luz y todos gritaron al unísono:

-¡¡Felicidades Lucy!!

Lo había olvidado, hoy hacía 222 años de mi transformación. Como no recordaba mi fecha exacta de nacimiento y sin duda a mis amigos le gustaban las fiestas, festejábamos ese día, diecisiete de diciembre.

-Vaya, que sorpresa, gracias a todos.

Al instante todos estaban a mi alrededor, felicitándome.

-Les dije que nunca te acordabas de este día.- me confesó una muy divertida Susan.

Alfred puso su música demasiado ruidosa para mi gusto y comenzó a hacer sus payasadas diarias.

A mí en realidad, no me gustaban las fiestas, sonreí un poco, me senté en el primer sillón que encontré y me dediqué a observar y recordar viejo tiempos de mi vida.

Aun recordaba mi último día humano, era un 17 de diciembre de 1786, había comenzado a nevar sobre Billings, Montana. Y yo como una niña pequeña no pude evitar salir a divertirme. Mi madre me repetía siempre que no saliese sola, pero yo, ingenua, no le hacía ningún caso.

Deambulé alegremente hasta un parque, que se encontraba desierto, estaba cubierto de nieve, los árboles, arbustos y la pequeña capa de de hierba. Sin duda era mi favorito, siempre a oscuras por los árboles que impedían que la luz penetrase en él. Ya llevaba recorrido varios metros cuando me percaté de la presencia de alguien más. Un hombre anciano, de aspecto cansado me miraba con ojos hambrientos, yo no sabía que hacer, así que comencé a correr, pero imposiblemente, aquel hombre me alcanzó al cabo de los segundos. Me agarró fuertemente de un brazo y me arrastró hasta unos matorrales. Al caer mi vista se nubló. Me encontraba desorientada y confusa cuando noté un fuerte pinchazo en mi garganta, lentamente me fui debilitando hasta caer en un profundo sueño.

Academia De Vampiros... [LIBRO UNICO, EN EDICION]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora