Tui lloraba mientras contemplaba el océano, se sentía el hombre más desdichado de la tierra. Era increíble lo mucho que extrañaba a su familia. Se sentía solo. Estaba solo.
Hace mucho tiempo, había perdido a su hermano, Amanaki, por su culpa. Nunca se perdonaría del todo por haberse arriesgado a cruzar el arrecife, aun después de que su hija le mostrará que podía ser seguro.
Él fue quien tuvo la idea, él fue quien preparo el bote y él fue quien convenció a su hermano de hacer la gran aventura No importaba los años que pasaban,seguía llorado y recordando.
Amanaki fue siempre el favorito de su padre. Veía en él el futuro de la isla. Siempre fue el mejor en todo lo que hacía y sabía cómo solucionar cualquier problema en muy poco tiempo. Tal era su intelecto que con solo seis años ya participaba en las asambleas, deslumbrando a todos y maravillado a su padre. Tui solía sentir celos hasta odiarlo de la forma más egoísta y despreciarlo también. Era su rival y nada más. Pero quiso el destino que su hermano y él se hicieron amigos por una única cosa que tenían en común. Que era más fuerte que el desprecio en su corazón.
Fue cuando el tenia doce años y su hermano unos quince. Lo encontró mirando el mar, mucho más allá del arrefice mientras estaba en la playa. El menor estaba sobre una barca prestada y trataba de aproximarse a ese lugar que su hermano miraba con tanto anelo. No precisaron palabras, se entendieron al instante y allí empezó la tradición de ir justo al borde del arrecife juntos todos los atardeceres. Nunca antes habían hecho algo como amigos o simplemente llevándose bien. Pero esa vez ambos quisieron dejar a lado sus diferencias. Solo que al principio lo hacían en silencio, nunca se dirigían la palabra.
Un buen día, Amaneki, decidió hablar, su padre y él habían tenido una charla padre e hijo sobre mujeres pero la charla era más un discurso monótono sobre la esposa que debía tener, de lo fértil que debía ser para dejar desendencia. Dando incluso consejos de cortejo y opiniones sobre las muchachas de la aldea.
Ambos concidieron que su padre vivía en otra era y que las jóvenes que el mismo había elegido para sus hijos eran o muy feas para el gusto de ellos o tenían un carácter que no le gustaban. Aunque el mayor confesó que le gustaban ese tipo de chicas, el menor por su parte dijo estar enamorado de Sina.
--Es la chica más linda de la aldea --Dijo Tui mientras cerraba los ojos-- Además es muy dulce y amable. Hasta cocina muy bien.
--Si, Sina es linda -- Concordó su hermano-- Pero me gustan más las mujeres de carácter fuerte, sin embargo me gusta...para que sea mi cuñada -- Sonrió al notar que por un segundo había puesto a Tui celoso.
Se conocieron bien, compartieron secretos, miedos, angustias, amores y miles de cosas que no se atrevían a confesar al frente de alguien más. Eso sí, únicamente en el agua porque al salir de allí cada quien tomaba su ruta y pasaban a ser desconocidos que viven juntos. Porque al pasar los años, aquella rivalidad no se iba del todo. No importaba lo mucho que intentarán, seguían peleando y chocando.
Tala sabia lo que hacían pero no dijo nada, su padre nunca se entero del todo.
Hasta el día en que....
Otro sollozo, más fuerte, más grande, más lastimero.
Sus padres, ambos habían muerto ya de ancianos. No extrañaba a su padre puesto que una vez muerto Amaneki le cedió el puesto de líder y nunca más salio de su casa. Negándose a ver a su hijo vivo. Tala, por su parte, fue una buena madre. Dulce, atenta y nunca dejo de amarlo. Siempre le sonreía mientras se culpaba solo para decir que en realidad, solo le había dado a su hijo mayor lo que más deseaba. Únicamente, una vez la vio llorar que fue cuando bailo junto al agua por primera vez, cantado la canción que solía cantarle a él y a su hermano de pequeños.
Aun así, Tala nunca dejo de ser lo que era. Amable, sincera, pero sin dejar su locura. Le dolió su muerte pero aun así siguió delante con el tiempo como amigo, lo curo.
Unos años más tarde, su esposa Sina enfermó. No fue algo de un día para el otro, el mal comenzó y se expandió muy lentamente.
Al principio, solo eran unos pequeños calambres en las piernas, no le llamaron la atención porque eran episodios muy aislados. Pero poco a poco, comenzaron a ser más seguidos. Y cada día eran más fuertes. Ninguna planta o hechizo echo por los curanderos lograron que paran. Hasta que llegó el momento en que no podía caminar. No importaba cuanto Sina lo intentará ni cuanta ayuda recibiera, sus piernas no respondían. Incluso cuando alguien las agarraba y trataba de cambiarlas de posición, estaban tan rígidas que no podían moverlas ni cinco centímetros. Además del dolor que a la pobre mujer le significaba la acción.
Maui lo dijo, se lo dijo aquel día. Podía ver la angustia en su rostro, no quería decírselo ni a él ni a Moana.
"Lo he visto un par de veces antes, poco a poco ella perderá el control de su cuerpo. Ahora no puede mover las piernas y después no podrá mover el torso ni sus brazos" Hizo una pausa larga ante la pregunta que Moana le hizo a continuación. "No existe cura alguna, lo lamento. Lo bueno ( o lo más malo como quieran verlo) es que avanzará muy lento. Aun le quedan años de vida."
Y así fue. Asistió a la boda de Moana recostada en el suelo, Sina ya no podía mover sus piernas pero si su torso. No fue hasta años más tarde que dejó de mover un brazo y luego el otro...
Sollozo, su flor se había marchitado tan lento y tan desgarradora mente que fue lo que más le dolió. Si hubiera sido una muerte rápida o algo de durará menos o sea curable,tal vez hubiera sido mejor.
Pero el estuvo a su lado en cada momento, la llevaba a darse baños a todas partes y las trasladaba en sus brazos a donde ella quisiera ir. Cuando dejo de mover sus brazos, le alcanzaba todo y le daba de comer el mismo.
Eran cuidados en vano. El lo sabía pero no quería que ese día llegara. El día de su muerte.
Lloro aun más fuerte. Y miró una vez más al arrecife, el cielo de color naranja por el atardecer y el azul del mar se mezclaban borrosamente.
Moana había muerto hacia unos días . Ella y su nieto. Maui había desapercibido junto a los cadáveres y aunque al principio pensó que tal vez los dioses lo traerían de vuelta, ahora creía que el los había enterrado por su cuenta y se había largado para no volver. Aunque no lo sabía, no tendría forma de saberlo.
Tui tenia a la aldea, siempre su gente estaba con él pero aun así, sin su familia, se sentía solo.
Se limpio un poco la cara y se volteo para mirar las rocas que había detrás de él. ¡OH! Su linaje, ahora nunca jamás seguiría. Podría hacer una competencia entre los jóvenes para ver quien seguiría pero como le dolía sobre todo ver aquella caracola rosa en la cima. Sangre de su sangre.
--¡Jefe Tui!-- grito un hombre mientras subía la montaña-- ¡Jefe Tui! No podrá creer esto -- El aldeano le sonrió y su mirada detonaba sorpresa -- Su yerno, Maui volvió y trajo consigo a Moana y si hija vivos.
No había forma alguna...
Tui corrió tanto como su avanzada edad se lo permitía. No podía ser verdad, esperaba que lo fuera pero era imposible.
Y entonces allí los vio, Moana y Maui enseñando a la gente de la aldea un bebé recién nacido. Se paró en brusco tratando de asimilar la imagen que tenia al frente. Moana se giro lentamente hasta que lo vio.
--Papá-- exclamó Moana. Tui se acercó hasta ella -- Papá ven, ten presento a Alika
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Mientras estés conmigo
SonstigesMaui habia jugado a ser mortal y en resultado era su corazón roto en mil pedazos por la muerte de su amada. Al menos que pudiera hacer algo para recuperar a su familia