parte única

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—Maldito infeliz, te mataré... —Se decía Chuuya por enésima vez.

¿Y cómo no hacerlo? Chuuya había bebido una cantidad absurda de vino y ahora estaba ebrio, recostado sobre el suelo mirando su incontable colección de botellas vacías, irritado murmuraba con insistencia el nombre de quien, se decía entre sus pares, era un traidor. Le guardaba un creciente resentimiento y por alguna razón, pese a los años, aún no era capas de sacarlo de su cabeza.

Desde que le habían comunicado la repentina noticia de la traición de Dazai, había esperado con anhelo un encuentro para hacerlo pagar. Curiosamente se le habían dado estos acercamientos con su antiguo compañero y pese a todo, no había sido capaz de vengarse. No era que no pudiera, no. Chuuya poseía grandes habilidades con las que podía matar a cualquiera y Dazai no era la excepción. La razón que decía a sí mismo era que quería verlo sufrir mucho más, quería que se disculpara de forma apropiada por aquel acto desleal. Sólo entonces le concedería a Dazai aquel deseo que tanto presumía con insistencia y ofrecía sin discreción, lo mataría.

Aún acostado sobre su espalda, escuchó que desde la puerta provenía la ya reconocida llamada que habían designado para tocar entre los miembros de la mafia. No escucho voces, esto lo hizo alertarse y dejar aquella penosa postura de hombre sumergido en su miseria.

Se apoyó contra la pared y se repuso. Para estar listo contra lo que se le presentase trato de despojar a manotazos el aroma a alcohol que desprendía como perfume de su cuerpo y quizás, también la cruda.

Tal vez se encontraba más ebrio de lo que pensó, ya que la imagen que vio al otro lado del umbral de la puerta, se le hizo inexplicable.

—Hola —saludo tranquilo, característico de él. Chuuya, por su parte, se quedó mirando incrédulo.

¿Acaso le había llamado con el pensamiento? Al no encontrar una explicación lógica para su visita, decidió preguntar:

—¿Qué haces a...

—Déjame pasar —demandó interrumpiendo la frase que se quedó, no por mucho, en la garganta de Chuuya. Él sólo frunció el ceño y dio un paso hacia atrás, indicandole que podía entrar.

Dazai, ya dentro del espacioso lugar, paseó su mirada por el entorno y distinguió un aura diferente, una que sólo describió —para sí mismo— como melancólica. Había ropa tirada sobre los muebles, bolsas, empaques de comida instantánea, papeles y botellas esparcidas sin discreción, solo una tenue luz blanca alumbraba lo que solía ser el lujoso piso, del cual Chuuya siempre estuvo orgullo.

Chuuya era un bebedor empedernido, disfrutaba beber y lo hacía con frecuencia. Siempre en su departamento dejaba ver su mal hábito, sólo que ahora parecía diferente. Dazai, conociendo aquella costumbre y viendo la situación, confirmó los rumores que lo terminaron llevando ahí, Chuuya ya no bebía únicamente por gusto.

—¿Qué haces aquí? —inquirió Chuya al notar que el visitante no tenía apuro en hablar.

En su estado, no era posible amenazar de muerte y salir victorioso, así que se resignó con terminar con el desconocido asunto lo más rápido posible. Cabe mencionar que desde aquel día, para él la presencia de Dazai era molesta, le desagradaba que el pecho se apretaba cada vez que lo veía y aún más, cuando no hacía nada contra ello.

—Debemos hablar, Chuuya —dijo Dazai para luego sentarse sobre, lo que fue, un bonito sofá rojizo. Chuya se quedó de pie, debía guardar distancia.

—No tenemos nada de que hablar —mintió.

—Vamos Chuuya, no es difícil darse cuenta que te pasa algo.

¿Esto es por mí? » soukokuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora