Y el muñeco a cuerda.

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Había una vez, un niño que quería crecer. Todos los días, dibujaba una rayita en su pared ansiando ver si era más alto; Tachaba los días en su calendario de pared, viendo los días pasar y pasar y pasar.

Este niño tenía un pequeño muñeco a cuerda, de cabellos y ojos negros que resaltaban la piel blanca del juguete. Jimin era su nombre, proporcionado por el pequeño.

Una vez que Jeongguk cumplió la mayoría de edad, se fue de la casa dejando todo atrás, incluyendo a Jimin, quien nunca se enteró.

Y el pequeño muñeco a cuerda fue guardado en una caja, oscura y fría, tan solo. No había día, tampoco noche en aquella prisión de cartón. No había vida, o no debería haberla. Se sentía triste y abandonado, Jeongguk lo había olvidado.

Sin saber cómo, Jimin sintió; las pequeñas gotas, de lo que parecía agua, cayeron del lugar donde sus ojos estaban pintados y sus labios se despegaron, sus manos se movieron y sus deditos se cerraron y se abrieron.

El muñeco cobró vida, sin tener idea de nada, él comenzó a moverse, a escuchar, a sentir, pero en aquella desolada caja no podía ni ver ni hablar.

El muñeco estaba vivo, pero aquella jaula, todavía lo condenaba a seguir siendo un simple juguete.

Muchos años, demasiados, Jimin estuvo encerrado, siempre tratando de aprender cosas nuevas para poder escapar al fin. Aprendió a saltar, aprendió a bailar, aprendió a hacer volteretas, pero nada lo ayudó.

Sin embargo, fue un día donde Jimin ya se había dado por vencido, cuando vio por primera vez.

Cabellos dorados y relucientes, piel blanca que se veía suave al tacto y labios rosados que se extendieron, dejando ver una hilera de perlados dientes y simpáticas encías.

Jimin estaba asustado. ¡Era una persona! ¿Cómo debería actuar? ¡No sabía qué hacer! Y en su desespero, no hizo nada.

Las manos, -grandes, muy grandes- lo tomaron con mucha precaución, como si fuera un muñeco de cristal, frágil y delicado.

Jimin se quedó embelesado observando la gran sonrisa que el otro cargaba, tan absorto estaba, que no notó cuando el hombre lo guardó en su bolsillo. 

La sensación de sentirse ahogado lo abrumó, más no hizo nada, se quedó quieto, muy quieto. Hasta que sintió como algo lo acariciaba con lentitud y se sobresaltó. Tanto tiempo sin contacto alguno. Jimin se sintió torpe en sus manos. 

El rubio lo llevó hasta una casa, el muñeco se sintió deseado una vez más.

Era un pequeño cuarto, bastante pequeño a decir verdad, donde el hombre lo dejó. Sentado en un estante se quedó. Cuando él salió, el muñeco se levantó y al rededor miró.

En frente suyo había una muñeca de trapo con un solo ojo. A su costado, un auto de madera pintada. En el estante de abajo, varios soldaditos descansaban acostados y en el de arriba, lindas muñequitas de porcelana.

Tantos juguetes, todos defectuosos. ¿Estaba él igual? Por primera vez se miró, en el reflejo del espejo, que colgaba en el lado izquierdo del muñeco. Ahí notó, que la pintura se había descascarado, dejándolo con una extraña y perturbadora mueca en la cara y donde antes había un brazo, ahora no había nada. ¿Cómo nunca se dio cuenta de que le faltaba?. Tal vez por esa razón Jeongguk ya no lo quiso.

La puerta volvió a abrirse y Jimin se sentó justo como lo habían dejado.

—Hola, pequeño.— Su voz era indescriptible y la felicidad inundó el pequeño cuerpo de madera.— Soy Yoongi. ¿Tienes nombre?— Yoongi, se llamaba Yoongi.

«Soy Jimin» quiso decir, más nada salió de sus sellados labios.

Yoongi lo tomó nuevamente y lo sentó en un escritorio, él se apoyó en una silla y lo revisó. Tocó todo, miró todo. Jimin estaba avergonzado.

—Así que tu nombre es Jimin.— Mencionó cuando lo abrió, dejando ver sus engranajes.— Veamos si puedes caminar, Jiminie.

Un apodo. ¡Yoongi le había puesto un bonito apodo!

Yoongi giró lo que había en su espalda, eso que le incomodaba cuando intentaba dormir y que tantas veces había girado Jeongguk.

Sus piernas y pies se movieron haciéndole creer al hombre que todavía funcionaba, aunque no fuera cierto.

De reojo Jimin miró la sonrisa que Yoongi dejó ver y dentro de su estómago algo se movió y sus mejillas tomaron calor. Era una linda sensación, cálida y colorida, o eso imaginó.

—¡Perfecto! Oh, Jimin eres grandioso. Trabajaré en ti inmediatamente.

Como prometió, Yoongi sacó pinturas, pinceles, un trozo de madera y una navaja. Volvió a acomodar a Jimin en el estante y se puso a tallar un nuevo brazo y una nueva mano.

Horas estuvo perfeccionando la extremidad que le pondría al bello muñeco. Cuando terminó, volvió a quedarse horas arreglándolo hasta dejarlo en óptimas condiciones.

Jimin volvió a sentir el calorcito agradable que las manos de Yoongi le daban. Y es que ¿Cómo no hacerlo? Yoongi lo trataba como la más linda muñeca de porcelana aunque fuera solo un feo muñeco a cuerdo que la única gracia que tenía era caminar (o eso se suponía). 

Las luces se apagaron, Yoongi se marchó y Jimin se decidió a explorar el lugar.

Desde el escritorio, miró lo que antes no había alcanzado, y entre ellas, un payaso lo miraba con su expresión triste y nostálgica.

Trató de decir algo, pero sus labios no se despegaban, aunque hace tiempo lo hubieran hecho. ¿Por qué no podía? Él debía hacerlo. Quería animar al payaso que estaba en el estante más bajo, así que bajó del escritorio y se acercó a él.

No podía hacer más que moverse por lo que rodeó al payaso con sus brazos y lo estrechó fuertemente contra él para brindarle su apoyo.

Nadie tendría que sentirse solo nunca más cuando él estuviera a su lado.

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Iba a ser un one shot, pero creo que lo que sigue se separa demasiado de esto. Lo siguiente trata más de la relación de Jimin y Yoongi.

Bye ~

Belén

El juguetero |•YoonMin•|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora