Quédate Conmigo

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Él se encontraba justo detrás de ella, vedando sus ojos con sus propias manos. Llevaban así un par de minutos. Él había distorsionado su voz y le había hecho la típica pregunta de "quién soy". La verdad era que la respuesta era demasiado obvia, ya que ella conocía muy bien las manos de aquel sujeto tan encantador. Pero ninguno de los dos quería que el juego acabara pronto, solo porque no les gustaba lo que vendría luego de eso.

-Tal vez seas Johnny –dijo ella entre risas.

El otro se las ingenió para continuar tapando sus ojos con una sola mano mientras inclinaba su cara sobre ella y le daba un tierno beso en la punta del hombro.

-Estás bien lejos –murmuró él contra su piel tras depositar aquel delicado beso.

-¿Y qué tal mi hermano? –preguntó ella con un susurro mientras inclinaba su cabeza hacia una lado exponiendo aun mas su cuello.

El muchacho que se encontraba detrás de ella sonrió sin reír, tanto por la pregunta de la muchacha como por su gesto. Sin dudarlo se trasladó desde su hombro hacia su cuello, rozando su nariz por cada parte del cuerpo de ella hasta llegar a su destino y depositar un beso justo en el hueco debajo de su oreja.

-¿En verdad tu hermano haría algo así?

Él suspiró contra su piel, soltando una leve risita, la cual hizo que la chica se estremeciera y riera incómodamente.

-Eso sería raro –volvió a murmurar él, ahora riendo un poco mas sin poder evitarlo mientras al mismo tiempo quitaba la mano de encima de los ojos de la muchacha.

-Eso creo –rió al mismo tiempo ella mientras a pesar de tener ahora los ojos libres los mantenía cerrados.

Pero las risas se acabaron pronto. El juego había terminado y ambos lo sabían. Solo faltaba que se miraran a los ojos para que los dos comprendieran que era el final, que había llegado la hora de la despedida, aun cuando ninguno de ellos estuviera de acuerdo con eso.

La muchacha soltó un suspiro profundo y aun sin abrir los ojos notó como las lágrimas comenzaban a abandonar sus pupilas y comenzaban a caer con la misma intensidad que el torrente de un río. A pesar de que sonaba raro ambos sabían que la despedida le afectaba mucho más a ella que a él. Pero también ambos sabían que no había ninguna forma de cambiarlo. En verdad era el momento de decir adiós.

El joven se acercó aun más a ella y acabó ocultando su cara entre sus cabellos mientras utilizaba sus brazos para abrazarla fuertemente y atraerla aun más junto a él.

Él no iba a llorar, ambos lo sabían. Pero la tristeza que ella destilaba era suficientemente fuerte como para afectarlo a tal punto de no poder moverse de aquel sitio.

-No quiero –balbuceó ella mientras se llevaba las manos a su rostro con la intención de contener las lágrimas que caían-. No quiero que te vayas, quédate conmigo.

-No es cuestión de querer –él ahogó las palabras contra su cabello, pero estaba seguro de que ella oiría-. Si realmente se tratara de lo que yo quiero, nosotros no estaríamos teniendo esta conversación ahora. No habría razón para despedirnos, siempre permanecería a tu lado –esta vez fue él quien acabó soltando un fuerte suspiro-. Pero no es el caso. No se trata de lo que podría haber sido sino de lo que es. No podemos cambiar las cosas.

Con un repentino golpe de furia la muchacha bajó las manos de su rostro y las llevó a las de él que descansaban en su vientre. Rápidamente las alejó. Lo que estaba por hacer no era lo más indicado, pero en verdad ya no tenía más fuerzas para soportarlo. Sin pensarlo más se giró sobre sí misma y encaró al muchacho hasta que sus ojos estuvieron fijos los de uno en el otro. Él se sorprendió por su acto, ya que hasta ese momento estaba seguro de que al menos ella querría prolongar un poco mas aquel instante. Pero esos pensamientos rápidamente abandonaron su cabeza en cuanto se encontró con sus ojos; aquellos ojos verdes que siempre le habían sostenido la mirada. Esa sería la última vez que lo harían.

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