Introducción

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Han pasado ocho años desde que el desastre golpeara el mundo conocido.

Se desarrolló rápido en una sociedad que había perdido el miedo al misticismo, y que ridiculizaba sin pudor las leyendas y la fantasía.

Creyeron que se trataba de un flashmob, de una moda urbana, un rodaje para una película cutre, una cámara oculta. No empezaron a correr hasta que el asfalto comenzó a llenarse de tripas desparramadas y de ese olor específico que tiene la sangre de verdad, entre salado y metálico, que consiguió activar el instinto animal del ser humano. Pero, como siempre, ya era tarde.

No hubo paciente cero, ni primer país afectado, ni apenas un margen de días para que corrieran las noticias y se buscaran soluciones. Ahora eras humano, ahora no. Sin aviso previo. Golpeó de repente a escala internacional, con la contundencia de un buen puñetazo, y en menos de dos semanas la especie prácticamente había sido arrasada.

La primera ola de infección se transmitió por el aire: el simple hecho de respirar contagió a un gran porcentaje de la población. Sin embargo hubo personas que, a pesar de todo, resultaron inmunes. Entonces la segunda ola apareció poco después para solucionar eso: los cuerpos, los propios infectados, comenzaron a expandir el virus por si solos. A bocados. Con el comportamiento de un salvaje suicida se lanzaban sobre la carne fresca y sana, devorando con ansia.

Fue ahí cuando la cordura se perdió y dio paso a un delirio generalizado. El poco poder que quedaba en pie decidió, desesperado, detonar sus bombas en los focos de mayor población mundial. Lo que no se llevó una catástrofe vírica se lo llevó la radiación y un invierno nuclear que duró todo un año.

Al virus, los infectados, la radiación, las matanzas y la hambruna sobrevivió alrededor del 6% de la población total. Se reagruparon con lentitud, haciéndose un hueco entre lo que quedaba de aquella realidad destrozada que ahora formaba parte de lo que quedara de sus vidas. Aprendieron a vivir en nuevas sociedades regidas por el peligro constante y la tensa amenaza de una muerte inminente.

Los hechos a día de hoy:

La enfermedad: trabaja como un parásito tomando control del cerebro, sometiendo al individuo a una serie de cambios físicos irreversibles y "zombificando" el cuerpo. No se sabe mucho más.

La atmósfera: sigue contaminada por el virus, cualquiera que no sea inmune y sea expuesto sucumbirá en menos de dos minutos. Sigue afectado a todos los seres humanos.

Los infectados: sin un nombre oficial tienen muchas denominaciones, entre ellas 'cuerpos' y 'zombies'. Tardan unos años en descomponerse por completo y "morir", proceso que se acelera de manera visible si los veranos resultan muy calurosos (son más activos con bajas temperaturas). Se cree que no necesitan alimento para sobrevivir y que carecen de deseos reproductivos; se desconoce pues qué les motiva a atacar y devorar al ser humano a parte de la teoría de expandir el virus.

Existen cuatro estados fácilmente diferenciables:
-Recién infectado: conserva todas las propiedades físicas que ya tenga el 'huésped'. Es capaz de correr y coordinar su cuerpo con cierta habilidad. En los últimos años estos escasean.
-Infectado viejo: ya que el desgaste del cuerpo es gradual llega un punto en el que se desprenden las extremidades, totalmente descompuestas, dejando de ser útiles. Eventualmente deja de moverse y 'muere'.
-Pacífico: los cuerpos que muestran esta cualidad se contentan con rondar pequeñas áreas o permanecer quietos, en estado de hibernación, esperando tranquilamente que el movimiento de una presa los saque de su estupor.
-Errante: se da en cuerpos que tienden a explorar áreas diferentes en busca de presas. Estos cuerpos son mucho más activos, incluso en verano, capaces de recorrer grandes distancias con el estímulo adecuado.

Los supervivientes: se enfrentan a diario a la extinción de la raza humana. Todos sobrevivieron a la primera ola. Muchos de ellos consiguieron encontrar refugio en búnkers construidos antes de la catástrofe, cuevas y/o bosques. No queda nadie que viva en lugares edificados como ciudades o pueblos excepto los denominados "carroñeros" (salteadores y ladrones).

Radiación: existen grandes zonas de radiación (o zonas vacías) que se extendieron de manera circular en aquellas urbes donde impactaron las bombas. En esas mismas zonas, doblando su tamaño debido a las corrientes de aire, se extendió un invierno nuclear y como consecuencia murió toda vegetación (y con ella el resto de la cadena trófica en estado salvaje). Dicha vegetación está volviendo a crecer, pero presenta severos "errores genéticos".

El último color sobre la TierraWhere stories live. Discover now