2 - Segunda Parte

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McMallan el Tuerto era un hombre encorvado de piel curtida que en ese mismo momento maldecía para sus adentros a los ancestros de todos los presentes. Lo único que quería era seguir con su sopa y disfrutar los tropezones de verdura que flotaban entre nubes de deliciosa grasa.

Gruñó en voz alta y frunció el ceño. El gesto le confirió una expresión todavía más feroz, porque le faltaba el ojo derecho.

Del grupo de veinte sólo quedaban Luana y Hugo, sentados, y John detrás, en pie. El resto del Consejo y sus acompañantes se marcharon a cumplir con sus obligaciones, dejando en manos del joven hombre el resto de decisiones. Aunque tediosos, los días en el búnker mantenían a la gente ocupada.

-¿Cuál era la pregunta?

-No es una pregunta. Cuéntanos lo que sepas sobre "Yellow".

McMallan se recostó en la rígida silla de metal anclada a la mesa, rascándose una barba de cinco días. Chupeteó la cuchara mientras observaba al hombre frente a él.

-¿Y cuál es el pago?

Hugo se pasó la mano por el pelo corto y oscuro, las negociaciones eran siempre parte de la transacción pero seguían sin dársele bien.

-Doblaré tu paga habitual.

-¡Hah! Que dobles mi ración de cecina por carta recibida no me sirve. Yellow es... un asunto diferente. Información de otra calidad. Ya me entiendes.

-Entonces cuál es el precio.

-Déjame pensar... Tengo entendido que tenéis... "mapas".

-¿Mapas?

-De los de antes del desastre. De los buenos, en los que venía señalizado todo: montañas, ciudades, ríos, distancias, ya me entiendes.

-Mapas. - repitió Hugo, pensativo. - ¿De qué zona?

-Cualquiera, en realidad. Si son del mundo de antes me sirven.

-Creía que hacías los vuestros propios.

-¿Tienes o no?

Claro que tenían. Toda una sala llena de tubos de plástico con largas láminas enrolladas dentro que detallaban la gran mayoría de los países que figuraron en el planeta. No es que le dieran mucho uso a la inmensa mayoría. De hecho empezaban a ser inútiles en cuanto se alejaban más de quinientos kilómetros a la redonda de allí, pero no le iba a contar eso a aquel hombre.

-Sí, tenemos un par de mapas, pero...

-¿Sólo un par?

El tono irónico de McMallan se acentuó cuando alzó una ceja con fingida sorpresa.

-Sí.

-¿Vas a jugar a eso? ¿Vas a mentirme, chico? Que yo no lo pueda hacer no significa que puedas tomarme por tonto. Sé qué clase de búnker es este, sé cuales fueron sus dueños anteriores, yo les vi marcharse cuando los echasteis a todos. Y sé que dejaron unas cuantas cosas aquí. Ya me entiendes.

Luana cerró los puños con fuerza sobre la mesa y se levantó dispuesta a decir algo, pero John la volvió a empujar hacia abajo con un movimiento brusco, en silencio. El mensajero ni siquiera la miró.

Se estaba refiriendo a la revuelta ocurrida seis años atrás, cuando ella apenas alcanzaba los trece y todos los civiles en aquel refugio militar, con Hugo a la cabeza, se alzaron en contra del mando. Acababan de descubrir que estaban experimentando en personas el virus que había arrasado con la humanidad. Puede que ellos fueran civiles sin formación y que los soldados tuvieran armas, pero triplicaban su número y estaban enfadados, asustados, desesperados por aquella tiranía. Así que se libraron de ella.

El último color sobre la TierraWhere stories live. Discover now