Entré en el autobús, con la cabeza gacha y las manos en los bolsillos. Empezaba otro año de instituto, otro año de no ser nadie. Me senté y pasé una mano por mi cabeza, intentando peinar mis rizos. Iba a ponerme música y a desconectar del mundo, cuando oí una risa. Dos asientos por delante de mí, en diagonal, había un chico con flequillo castaño que se reía mucho y muy fuerte. Siempre me había molestado la gente que hacía tanto ruido al reírse, pero él tenía algo especial. No le había visto nunca, pero parecía muy popular. Los asientos de su alrededor estaban ocupados y todos parecían escucharle cuando hablaba.
En el patio jugaba a fútbol, y su equipo siempre ganaba. Era feliz, se le notaba. Yo simplemente me sentaba en un rincón y le observaba, deseando en secreto ser uno de los chicos a los que abrazaba cuando metía un gol.
A las pocas semanas, descubrí que el chico del flequillo se llamaba Louis, y que sus amigos le llamaban Tommo. Seguía riéndose en el autobús, y de alguna manera que no lograba comprender, eso me hacía feliz, a pesar de sólo saber su nombre y que tenía una sonrisa bonita. Su voz me recordaba a la de un ángel, aguda y delicada, aunque cuando se dirigía a sus amigos la mayoría de palabras que salían por su boca eran insultos.
Louis dejó de reír tanto como antes. Sus amigos le hablaban y él no respondía. Sonreía a destiempo cuando alguien hacía una broma. Parecía ausente, y yo echaba de menos que sus ojos brillasen.
También dejó de jugar a fútbol. Se quedaba un poco alejado, con la espalda contra alguna pared, y miraba como los demás se pasaban la pelota, pero sin verles realmente. Cuando alguien le llamaba, sacudía la cabeza y bajaba la mirada. Creo que intentaba sonreír, pero no le salía. Estaba preocupado por mi chico del flequillo.
Louis empezó a sentarse solo en el autobús. Sus “amigos” se sentaban ahora en las filas de atrás, y parecía que no les importaba que él no estuviese con ellos. Louis se ponía los cascos y miraba por la ventana. Yo sólo tenía ganas de abrazarle.
Aquel día no vi a Louis en el patio. Cuando sonó el timbre y volvía hacia clases, le vi salir del aula de dibujo. En aquel momento me pareció la persona más frágil de todo el universo, y tenía miedo de que fuera a romperse en pedazos.
Louis parecía triste. Seguía llevando sudaderas a pesar del calor. En el autobús ya ni siquiera miraba por la ventana, ahora sólo clavaba la vista en el suelo hasta que llegábamos al instituto. Llevaba el pelo desordenado, y su flequillo había desaparecido. Le temblaban las manos y parecía asustado de algo.
Al día siguiente de verle temblar, fui al aula de dibujo a la hora del patio. Estaba sentado al final de la clase, y ni siquiera levantó la vista cuando cerré la puerta detrás de mí. Me senté en el otro rincón, con tres mesas de distancia entre nosotros. No nos dirigimos ni una palabra, pero el silencio no era incómodo. Oíamos nuestra respiración, y podría jurar que también oía su corazón latir. Y de alguna forma, eso me reconfortaba. Cuando sonó el timbre, simplemente me levanté y me fui. No me miró.
Louis tenía ojeras. Estábamos a principios de junio y él seguía llevando sudaderas. Y seguía temblando. Quería sentarme a su lado en el autobús y decirle que todo iría bien, pero no me atrevía.
Continué yendo al aula de dibujo. Por unos días, nada cambió. Él tenía la mirada perdida y hacía ver que yo no estaba allí, aunque creo que mi presencia no le molestaba, es más, creo que incluso le agradaba. Louis tenía los labios curvados constantemente en una mueca triste, y yo echaba de menos las arrugas que se le formaban entorno a los ojos cuando sonreía.
A la segunda semana de ir cada hora de patio al aula de dibujo, algo pasó. Louis lloró. Pero no lloró abiertamente, como habría llorado alguien que quiere llamar la atención. Simplemente escondió la cabeza entre los brazos, y vi como sus hombros temblaban. Algo en su posición me decía que no me acercara. Me quedé allí hasta que sonó el timbre, como siempre, y antes de cerrar la puerta detrás de mí, me giré hacia él. Seguía temblando.
Dos días después de verle llorar, Louis demostró por primera vez que sabía que yo estaba allí. Se levantó las mangas de la sudadera, y me miró directamente a los ojos. Su mirada me gritaba que me alejara, que aún estaba a tiempo. Y entonces entendí a qué le tenía miedo. Tenía miedo a sí mismo, y le asustaba que yo tuviera miedo de él también. Pero no me asustaban sus cortes en los brazos, ni lo oscura que podría llegar a ser su mente por dentro. Lo único que quería era estar a su lado la próxima vez que quisiera hacerse daño. Porque tenía los ojos más azules que había visto nunca, y no se merecía tener las muñecas cubiertas de cicatrices.
Al día siguiente, Louis escribió algo en la mesa en la que siempre se sentaba. Cuando sonó el timbre y me levanté para irme, escuché su voz por primera vez en semanas. Estaba diciendo mi nombre. Lo repetía, como si fuera algo de lo que no quería olvidarse nunca. “Harry. Harry. Harry.” Le miré, confuso, y entonces me sonrió. Y a pesar de que era una sonrisa triste y de que estaba al borde de las lágrimas, fue precioso. Porque Louis era precioso, aunque estuviera roto.
No le vi en el autobús al día siguiente. No podía quitarme su sonrisa de la cabeza, ni su forma de decir mi nombre. Estaba preocupado.
Me preocupé aún más cuando no le vi en el aula de dibujo. Fui hasta su mesa, y me senté. Leí lo que había escrito el día anterior, y tuve miedo.
“A ti, más que a nadie, te debo una explicación. Busca en el autobús.”
No fue hasta que leí eso que no me di cuenta de que aquella sonrisa no era una sonrisa triste. Era la sonrisa de un suicida.
Cuando subí al autobús para volver a casa, me senté en el sitio de Louis. Pasé las manos por debajo del asiento, y noté que había algo enganchado con cinta adhesiva, un papel. Lo arranqué y lo abrí, con las manos temblando.
La nota empezaba con un “lo siento”, y ésas dos simples palabras me dolieron aún más de lo que me había dolido ver los cortes en los brazos de Louis. Respiré hondo, y continué.
“Lo siento. De verdad. Ya les he dejado una nota a mis padres, pero sentía que te debía una explicación. Porque empezaste siendo simplemente un chico con rizos y ojos verdes que se sentaba un par de asientos por detrás de mí en el autobús, y has acabado siendo sin darte cuenta la única persona que ha mirado a la cara a mis monstruos. Al principio pensé que te cansarías, que en unos días dejaría de causarte curiosidad y te marcharías. Pero ni aún cuando viste mis cortes te asustaste. Me miraste, como si estuvieras dispuesto a quedarte. Como si de verdad te importara.
Me encanta cuando sonríes y te salen hoyuelos en las mejillas. No dejes de sonreír nunca, por favor. Y menos por mi culpa. Gracias por estar ahí, Harry. Aunque casi no hayamos hablado, verte ahí, sentado a tres mesas de distancia, me ha ayudado más que nada.
Y no te preocupes por mí. En serio. Creo que por fin he ganado la batalla contra mis demonios. Y, de todos modos, la gente como yo no puede ser salvada.
Louis.”
Se me cortó la respiración, y ni siquiera podía llorar. Me sentía vacío. Y deseé con todas mis fuerzas volver atrás, al aula de dibujo, volver a oír sus latidos, saber que estaba vivo.
Pero ya no lo estaba.
Y tal vez, la gente como yo tampoco podía ser salvada.