Billy Jacahin (1884—1908)
Desde temprana edad las voces lo atormentaban, susurrándole cosas al oído. El hablaba solo y en ocasiones le gritaba a la nada... o eso era lo que las demás personas veían. Visitó el psicólogo por petición de sus padres.
—No estas loco Billy... no tienes que ir. Ellos son los que están mal —Las voces repetían en su cabeza
Una mujer de cabello rubio, de orbes azules como el mar y una piel pálida como la nieve lo recibió y lo invitó a sentarse y tomar una humeante taza de chocolate, ella inspeccionó con la mirada al niño
—Tus padres me dijeron que tienes ciertos... asuntos—dijo sin esperar respuesta por parte de Billy, el tampoco quería decir— Entonces, dime ¿Escuchas voces ?... ¿Escuchas voces ahora, Billy?
—Dile que no...
—No
—¿No?
Y él negó con su cabeza. La rubia supo que no iba a decir nada mas, por lo que observarlo era la mejor forma de, por ahora, descifrar algo que sin duda existía.
Billy creció, ya no era un niño. Las voces en su cabeza parecían haber muerto, pero solo se habían tomado una especie prolongada de vacaciones.
Él estudiaba medicina y sentía fascinación por los instrumentos quirúrgicos y cuando pudo obtenerlos no dudo en usarlos. Unas cuantas pastillas demás y su novia y su amigo serian los sujetos de pruebas. Hablaba con ellos, les hacia preguntas, pero ellos no respondían. Piel era cortada, penetrada por agujas y anudada con hilos. Los tres reían por el buen humor del chico, o sólo Billy reía...