Fran

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Fran sale de aquella simple  habitación con rumbo a la pequeña plaza que esta a tan solo un par de calles, la noche era fría y había algo distinta en ella o eso era lo que el quería creer.

Llego a la plaza y todos parecían felices, y claramente esto se debía a las fechas, porque...¿Quien estaría deprimido en navidad?

Pero justo allí se encontraba la respuesta; bajo el gran árbol y con un cigarrillo, dejando salir la bruma que tornaba gris el paisaje, mirando los colores que adornaban la plaza y que  contagiaban  a todos los que la habitaban, acabando con el animo de Fran  ya que el sabía y aseguraba que solo eran máscaras, alguien simplemente  no podía solo ser así de alegre, era imposible.

Él era un ejemplo.

Él solo no quería estar allí.

Él solo debía esperar a acabar con su caja de cigarrillos, sus doce cigarrillos.

Uno por cada perdida, uno por cada caída... y aún con eso necesitarían montones y montones de cajas para fumar y ver consumir su dolor en cada uno de ellos, así como ver consumir su alma.

Mirando las marcas en sus muñecas y a lo largo de su antebrazo, contando cada una de ellas, doce en el izquierdo y siete en el derecho.

Diecinueve marcas...

Diecinueve años...

Una vida, miserable y patética, pero una vida al fin y al cabo, una que pronto llegaría a su fin.

Tan solo esperaría a que la plaza estuviera desierta y para cuando así fue, trepó aquel viejo  árbol raspando sus manos y haciéndolas sangrar, pero dolor no sentía, ya no lo sentiría jamás.

Su constante agonía terminaría, sus noches de insomnio acabarían para convertirse en un despertar eterno, porque conociendo su suerte, en el otro mundo no tendría descanso, pero al menos aquel infierno habrían rostros nuevos... y quizás  otros no tanto.

Sacó la bufanda que lo protegía del ambiente decembrino y una vez había llegado a una rama lo suficientemente alta y  aparentemente más sólida la hato a ésta, levantó su vista dejándola recorrer las calles, luces y adornos, haciéndolo marearse debido a las lágrimas que se asomaban por  sus ojos, nublando su mirada. Fran sonrió fatídicamente recordando los hematomas, las heridas... las noches en aquel cuarto sin color que pintaba de un rojo carmín que salia de los rasguños producidos por él mismo, rasguños que exigían una salida pero ya era tarde, la única salida era dejar su cuerpo gris e inerte colgando de aquella rama.

—¡Oye! ¡Joven! ¿Que crees que haces?

Había gritado uno de los que se encargan de mantener limpia la pequeña plaza.

—El árbol tiene frío —respondió Fran mirando de soslayo al regordete hombre de cabello canoso.

—¡Baja ahora!

Buscó los ojos del hombre cansado de que su final hubiera sido interrumpido.

Pensó lo que seria para aquel hombre el que él tomara su bufanda, terminara de atarla a su cuello y se dejara caer, si que lo hizo, pasó su pierna por sobre la rama lentamente, escuchando como el hombre retenía el aliento al verlo caer, al verlo intentar dejar que su alma resbalara hacia quien sabe donde.

Pero su intento había fallado, pues como la mismísima seda la rugosa tela había resbalado de su rededor dejándolo dar contra el húmedo pasto y, soltando insultos al azar, se puso de pie, sacudiendo y sobando su cuello, sintiendo ardor en él, pero no había más ardor que en su interior al no poder cumplir su cometido.

—¿¡Feliz!? ¡Baje, aquí estoy! —enfadado y dejando la tela aun amarrada a la rama inservible, pero no más inservible que él, pasó por el costado del hombre quien aun se encontraba atónito por la escena.

Caminó con pasos fuertes como queriendo hacer una gran grieta en la tierra para que esta lo tragase hasta sus tormentosas profundidades.

Quería abandonar ese lugar, hundirse en su miseria hasta ahogarse, pero esta seguro de que ni la miseria lo aceptaría, no después de tantos años juntos.

Y sin embargo el destino tenia otros planes, planes que podían resumirse en las llantas desgastadas de un auto, al control de un patético alcohólico, derrapando sobre un asfalto mojado y un chico lo suficiente complacido con aquello como para permanecer en medio de la carretera esperando el impacto, y luego todo ocurrió muy rápido.

El auto deteniéndose muy tarde para la seguridad del hombre tras el volante, pero en el tiempo perfecto para que el cuerpo del chico quedara contra el decorado poste de luz, lo suficientemente ensangrentado como para hacer que las luces amarillas fueran bermellón.

El destino fue consiente de la sonrisa agradecida que el joven le había dedicado antes de que un espeso liquido la volviera una tétrica, tanto que hasta la música proveniente de las casas que festejaban la navidad se detuvieron dando el minuto de silencio al cuerpo con marcas de guerras perdidas que yacía sin vida.

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⏰ Última actualización: Oct 04, 2017 ⏰

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