Capítulo 2: Malos presagios.

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Después de la gran celebración, todos los invitados se habían ido, Zamira se encontraba sola en su habitación, había ordenado a sus damas que no la molestaran, ver de nuevo aquel elfo la hicieron dudar de sus deberes, ¿Por qué debía atarse a Aidan si no tenía sentimientos por él?, él tampoco se merecía que ella le mintiera, pero lo conocía, y sabía que a pesar de contárselo, él no dejaría de intentar ganarse su corazón.

Al reino élfico Kalhari, llegó la noticia de un mal que emergió de las profundidades de la tierra, esto ocasionó que el rey Círdan reforzara la vigilancia, cuando Sifo, el capitán de la guardia le contó sobre aquella cortina de humo que acabó con un bosque, el rostro del rey había cambiado por un instante, ha sorprendido y un tanto preocupado.

—No, no es posible. ¿Por qué ahora?—se preguntaba.

Las diferentes razas del reino Paladyn, también reforzaron su guardia. El rey de los enanos, Winlog, estaba seguro de haber escuchado algo en los relatos de su abuelo, pero solo eran cuentos, cuentos que esperaba que no fueran a convertirse en algo real y amenazante.

Aquel ser que había emergido del lago, se encontraba ahora en una montaña, en lo más alto, vestía de negro con una capucha, llevaba con él una especie de katana alojada a su cintura. Mirando al horizonte sonrió orgulloso, como si hubiese encontrado lo que buscaba, después saltó para desaparecer.

La guardia real de Zefira fue reforzada también, al ver todo el movimiento en el palacio, Zamira temió un ataque de orcos, ya antes habían intentado invadir el reino pero gracias a la intervención de los soldados habían fracasado.

— ¿Qué ocurre Romina? ¿Por qué todos parecen alistarse para una batalla?—indagó la joven princesa a su amiga.

—No lo sé, pero seguro que no debe ser algo de qué preocuparse.

Intento tranquilizarla, pero Zamira no podía tomar nada a la ligera, en especial cuando conocía el alcance de los orcos, y la pérdida de las personas cuando ella aún era pequeña, no podía olvidarlo.

En las fronteras de Paladyn, reino de los enanos, pero donde también habitaban familias de centauros, una tribu de amazonas en el interior del bosque y algunas hadas que provenían de los lagos cercanos. Estaba siendo vigilado por un grupo de centauros, que habían escuchado por sus antepasados de lo ocurrido hacia quinientos años atrás.

El rey elfo, quién se encontraba en su palacio que más bien parecía una fortaleza impenetrable, no podía dejar de darle vueltas al asunto, de la nada había pasado de la tranquilidad a la preocupación extrema.

Al caer la noche, el bosque de Kalhari se iluminaba con pequeñas luces hasta la más profunda oscuridad, las bellas luces provenían de las hadas que allí vivían, a los elfos le encantaba lo hermoso que se vislumbraban. Sin embargo aquella noche parecía diferente de las anteriores, pues las luces no estaban en su máximo esplendor, era como si presintieran algo malo, y algunas hadas habían decidido no volar, de alguna forma era como si su energía se estuviera apagando poco a poco.

Círdan se hallaba en su alcoba, el vuelo de las hadas lo hacían sentirse aún más preocupado que antes. En ese momento no pudo evitar recordar aquella época.

Hacia quinientos años atrás, en el valle sombrío, se disputaba una gran batalla, entre seres sin alma convocados por Alikan, un poderoso mago humano, quien deseaba más que nada la obtención de la legendaria joya del dragón, los elfos unidos a los humanos, centauros, enanos, incluso trolls, lograron hacerle frente, pero fue gracias a la intervención de una sacerdotisa humana que lograron vencerlo. Pues ella dio su vida para derrotarlo finalmente y desaparecer la joya.

Sin embargo había algo que no lograba entender, pues hasta donde sabía Alikan había muerto, ¿Cómo era posible que ahora hubiese regresado? No se lo explicaba.

Cerca de las fronteras de Zefira y Paladyn se comenzó a divisar una especie de aves negras que volaban cerca como observando, de repente cambiaron de dirección rumbo a Zefira, los centauros se percataron que no eran aves normales, pues eran enormes, muy parecidos a los cuervos solo que con un solo ojo, gritaban como cuervos pero su pluma llevaba sangre y olían a muerte.

Los guardias que vigilaban el palacio observaron la cortina de aves que se acercaba, las campanas de las torres comenzaron a retumbar, advirtiendo de una posible amenaza pues no era normal que las aves volaran de noche. Las personas comenzaron a correr, tratando de ocultarse.

En cuando arribaron, algunas comenzaron a atacar a los soldados, los cuales no sabían cómo defenderse ante semejantes bestias, gritos de niños asustados se hacían presente, al igual que el llanto de las mujeres que temían por sus vidas.

Un grupo de aves comenzó a girar en forma de tornado, y en medio de ellas apareció aquel encapuchado, alzó su mirada, divisando al palacio, donde más aves se hacían presentes, sonrió para continuar su camino sin prisa.

— ¡¿Qué ocurre?!—inquirió asustada Romina a Vania.

—Es un ataque al palacio, debemos sacar a la princesa—advirtió.

— ¡Vania!—exclamó la princesa corriendo hacia ella.

—Princesa debemos salir de aquí.

— ¿Y mi padre?, debo buscar a mi padre.

—No hay tiempo, hay que salir—insistió Romina aún más asustada.

Las tres mujeres corrieron por el largo pasillo, las aves habían invadido el reino, muchas personas habían caído y muerto por las aves.

El rey se encontraba junto a Dulay, su hermana, quién poseía poderes sobrenaturales, gracias a su don había logrado ahuyentar a unas cuantas aves, sin embargo eran demasiadas. Estaban por salir de aquel salón cuando por las enormes puertas apareció aquel hombre encapuchado, todos los representes retrocedieron.

—Vaya, vaya. Ya veo que este lugar sigue igual—su voz era grave y fría.

—Tú eres quien nos atacó, ¿Quién eres?—indagó el rey.

—Alikan—el encapuchado estaba por atacarlos con su magia, cuando sintió algo que lo hicieron retroceder. —Trata de escapar.

Vania, Romina y la princesa salieron corriendo del castillo, Romina estaba petrificada al ver tantos cadáveres en el suelo, entre ellos niños que conocía. Las aves parecían haberse disipado, pero pronto regresaron, lo que ocasionó que Romina gritara de terror, la princesa la jaló del brazo para sacarla de allí.

Estaban a las puertas del castillo cuando el encapuchado apareció, cerrándoles el paso. Y moviendo su mano derecha de manera simple, hizo que Romina y Vania salieran arrojadas, lejos de la princesa.

— ¿Quién, quién eres tú?—inquirió asustada Zamira.

—Tu pesadilla.

El mago desenvainó su espada, y sin más la atacó. Lo único que se escuchó fue el grito desgarrador de la princesa.


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