Prólogo

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      Dos brujas hermanas intentaban entrar por una de las ventanas de la casa Lovelace con el fin de secuestrar a las dos bebés que el rey de Lempicut les había pedido.
      Cuando el rey las llamó al castillo les quitó el poder de volar por lo que no podían subir a la habitación normalmente.
      — Sabina no creo que esto sea buena idea...
      — Por supuesto que no es una buena idea, Leila, pero es lo que tenemos que hacer. — Sabina ya había entrado a la oscura habitación y ayudaba a Leila a subir.
      — Sigo sin entender de qué le sirve al rey Stephan estas niñas.
      — Leila, somos brujas, no podemos saber nada de lo que planea el rey Stephan; nosotras sólo seguimos sus órdenes.
      — Lo sé, pero Sabina...
      — Pero nada. — Sabina logró subir a Leila pero esta se cayó causando un estruendo que despertó a las mellizas. Sabina levantó a Leila y aprovecho para golpearla en la nuca. — No eres más torpe porque no puedes.
      — Lo siento...
      — Duerme a la bebé. No pueden saber que estamos aquí.
      Las dos bebes seguían llorando, Sabina tomó a una y Leila a la otra; comenzaron a mecerlas y a cantarles entre susurros una canción de cuna. Leila tenía mucho miedo de que alguien las escuchase mientras que la otra bruja solo se estresaba con los llantos. Las bebés terminaron de llorar pero no se dormían; las dos miraban al techo sin hacer nada.
      — Sabina... — la susodicha miró en la dirección de la otra bruja pero luego desvío sus ojos hacia la bebé que tenía en sus brazos y un collar que no habían notado antes. — ¿Que está pasando? ¡Sabina!
      Sabina miró a la bebé entre sus brazos la cual la miraba directamente a los ojos. El collar de ella estaba de color celeste e iluminaba toda la habitación. En un momento se escucharon pasos por afuera de la habitación lo que hizo entrar en pánico a las brujas.
      Sabina sintió un calor en el lugar donde se ubicaba su corazón, dirigió su mirada hacia la bebé y se dio cuenta que esta tenía su pequeña mano en su pecho.
      Sabina decidió mirar donde estaba la otra bruja y se dio cuenta de que no estaba bien.
      — Leila... — Leila estaba arrodillada en el suelo con su piel de un color gris estatua aún con la pequeña entre sus brazos, esta también tenía su mano sobre el corazón de Leila y el collar de la niña también parpadeaba iluminando todo solo que con un color morado.
      — ¿¡Qué diablos está pasando aquí!? — Sabina miró a la puerta de la habitación donde estaba un hombre al cual el rey les había ordenado asesinar; el padre de las mellizas. — Brujas asquerosas, ¡suelten a mis hijas!
      Sabina levantó su brazo para detenerlo pero sintió que toda su fuerza vital se iba de su cuerpo y pasaba al pequeño cuerpo de la bebé que tenía en brazos; estaba quitándole la vida solamente con un toque.
      — Lo siento. — Fue lo único que pudo decir Sabina antes de caer al suelo junto con la niña.
      Ambas brujas se convirtieron en estatuas; habían muerto.
      El padre de las mellizas las recogió con miedo de que les hayan hecho algo, pero se sorprendió al verlas sonrientes aún con sus collares iluminando la habitación de celeste y morado.
      — Esto no puede volver a pasar. — Las bebés solamente reían pero su padre estaba muy preocupado. — Ustedes son especiales, no pueden estar aquí, las van a seguir persiguiendo... si alguien más se entera de que son hijas mías... los dos reinos enviarán a quien sea para asesinarlas y no me puedo arriesgar a eso.
      Las niñas dejaron de reír cuando su padre dejó de hablar, este último las besó a las dos en la frente y supo lo que tenía que hacer; si no quería que pasara con ellas como pasó con su mujer, tendría que darlas en adopción. Y él sabía perfectamente a quién.

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