Al filo

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Sus mensajes llegaban de modo inesperado. Casi casi como si jugaran a las escondidas conmigo y me atraparan de golpe. "Todavía siento tu olor", fue uno de los primeros. Nunca supe si debía responderle, pero no me dio tiempo para dudarlo. "Cuándo nos escapamos juntos", arremetió Felipe. Yo sonreí. "No sé, tengo que ocuparme de mi hija", le respondí. "Yo no tengo cabeza más que para vos. Dale. Un domingo nomás", dijo. Y volví a sonreír.

Recuerdo otra vez que me apoyé contra la pared, aquella finita, la que no me permitía esconder secretos. Lloraba. Esa vez sí esperaba un mensaje cuando sonó mi celular. Me quedé mirando la pantalla. Y leí, leí, leí varias veces esa misma línea.

"Sabés que te amo".

Esta vez le respondí sin dudarlo, rauda: "no pienses más". No, no había que pensar.

"No es tan fácil". No, claro que no era tan fácil. ¡Éramos amantes!

Tardó unos minutos. Yo no podía dejar de mirar la pantalla del celular.

"Disfrutemos".

"No puedo. No doy más".

"¿Puedo pedirte un último esfuerzo?"

"¿Último?"

Abrió la puerta mi hija, y yo me corrí de la pared asustada, como si fueran los brazos de Felipe abrazándome. Mi hija traía consigo mi mochila, quería dinero. Tomé la mochila, e intenté revolver adentro con el celular en la mano. Mi hija me ofreció tenerme el celular, pero le dije que no, de modo reactivo. Me miró raro, pero yo no supe qué decirle. Saqué todo el contenido: mis flyers de clases de tango, mi novela romántica, mi libreta con cuentas, hasta que encontré la billetera. Le di el dinero y me agradeció con una media sonrisa. Se fue y dejó mi mochila al lado mío. Miré la mochila un largo rato sin saber que tres años después la encontraría la policía luego del robo al voleo que me llevara a la muerte. Así la hallaron, llena de barro. Como a mí.

Amar Después de AmarWhere stories live. Discover now