Fijé mi mirada en el techo de la habitación intentando centrarme en el sonido del piano. Era bonito, parecido al que hace la lluvia cuando cae en la acera.
Hace tres horas que sonó el toque de queda. Nadie está tocando el piano.
Grité frustrada y pasé mis manos repetidamente por mi cara. Las voces se revolvían en mi cabeza, se mezclaban, cada vez se aceleraban más. Después paraban, siempre lo hacían, y volvían los pasos.
Los pasos eran peores, créeme, avisaban de algo pero no te decían qué.
Un ruido metálico me sobresaltó de repente.
- Tengo las llaves- dijo una voz conocida a la vez que hacía uso de ellas, abriendo la cerradura de la puerta.
- Gracias- murmuré mientras salía a toda velocidad. Su mano atrapó mi brazo, frenándome.
- Quieta, pequeña- dijo sonriente, con una sonrisa que sólo se forma en los labios de aquellos que han perdido la cordura. Cuando la luz me alumbró, me asusté. Era ella, Delphine. La llamábamos así por Marie Delphine Lalaurie, la bruja de Royal Street.
- Déjame ir- supliqué sabiendo que iba a hacer caso omiso.
Ella negó con la cabeza, a la vez que controlaba que ningún cuidador nos descubriera.
- ¿No quieres cambiar? ¿No estás cansada de toda la mierda que llevas encima?
Sus ojos brillaron y justo entonces supe que no iba a responder, pero eso ya no importaba, porque sabía qué venía después.
Tiró de mi brazo con fuerza lo que me produjo un dolor que conocía y terminaba formándome moratones.
Ya casi no veía las estancias que recorríamos con rapidez porque las lágrimas se acumulaban en mis ojos.
Una vez fuera, paró delante de una furgoneta.
Hasta ese momento, no me había dado cuenta que mi camiseta gris y mis pantalones cortos rosas del pijama, no era ropa suficiente.
Al dirigir mi mirada a los árboles sin hojas que se movían de un lado para otro en el vacío aparcamiento, un escalofrío inundó mi cuerpo.
El aire, completamente frío, caló en mi cuerpo de forma casi inmediata con lo que tuve que abrigarme con mis propios brazos y moverlos de forma que la fricción me proporcionara algo de calor.
No había demasiados coches, por eso ella había escogido ese para hacer el puente.
Únicamente veía dos más, pero estaban lo suficientemente desgastados como para que el sonido del motor nos delatase. Podía haber corrido, podía haber gritado y confesado dónde nos encontrábamos, pero no era algo que no hubiera hecho ya. Los cuidadores siempre me culpaban de la situación, y ella se esfumaba como el polvo cuando hay viento.
Una vez hubo terminado con sus conocimientos mecánicos me arrastró hacia el interior del auto y arrancó a elevada velocidad.
No sabía a dónde nos dirigíamos, pero sabía a qué. Como todas las anteriores veces.
Su mirada siempre estaba en la carretera, la miraba pero no la veía, estaba completamente ida; y sus manos descansaban perfectamente alineadas en el volante.
Nunca decía nada. Se limitaba a conducir ocurriera lo que ocurriese.
A medida que llegábamos a la ciudad, las luces de las farolas aparecían cada menos tiempo y su sonrisa se ensanchaba.
Estacionó a varios metros de una humilde vivienda que parecía ser muy antigua. Las pocas ventanas que habían no mostraban el interior de la casa ya que estaba sumida en la oscuridad. No había ni una sola bombilla encendida, lo cual era bastante normal teniendo que eran altas horas en la madrugada.
Bajamos del coche y cerramos las puertas suavemente, al terminar, nos acercamos pisando malas hierbas y piedras hasta la puerta.
Delphine, sacó un pintalabios rojo de su bolso y lo aplicó en mis labios. A continuación, tiró de mi camiseta, para pronunciar mi poco pecho.
Miro el resultado con una sonrisa siniestra, pulsó el timbre y se perdió en las sombras con un susurro.
- Ya sabes lo que hay que hacer
Un hombre que rondaría los cuarenta años abrió la puerta somnoliento. Tenía el pelo de color rubio sucio, sus ojos eran marrones oscuros, casi negros, tenía un cuerpo bastante trabajado y me doblaba en estatura. Por la urgencia con la que había abierto la puerta,pensé que tenía el sueño ligero, puede que pesadillas incluso. Llevaba una camiseta granate y al parecer dormía en boxers.
- ¿Podría usar su teléfono? Me he perdido. - repetí como cada vez.
Y casi como cada vez al principio se mostró confuso y algo cabreado, pero finalmente, con mi cara de inocencia y cansancio, me permitió el paso.
Sin que se diera cuenta dejé la puerta abierta y seguí al hombre por el oscuro e interminable pasillo.
- ¿Tienes frío?- dijo con una voz nada confiable.
- Estoy bien, gracias- tragué saliva, incómoda.
Pulsé algunos números en el teléfono y cuando estaba acabando sentí sus ásperas manos en mis brazos desnudos.
Cuando empezó a bajarlos por mi cuerpo, el asco empezaba a ser insoportable. Me aparté de él, pero en menos de un minuto me encajó en la pared.
Delphine no tardó ni una milésima de segundo en empujarle a su silla especial y atarlo.
Cerré los ojos con el primer grito.
_____________¿QUÉ PASA UNICORNIOS?
Perdón por tardar tanto en actualizar, de verdad que intento no hacerlo, pero mi inspiración viene cuando viene. Gracias por vuestra paciencia💙
Besos de vuestro pequeño arcoiris.
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Síntomas Psicóticos
Tajemnica / ThrillerFijó la mirada en la rugosa pared que limitaba la habitación en la que estaba metida, muchos habrían pensado que la razón por la que ella estaba abrumada era el tamaño de ésta. Pero no era ese. Sabía que algún día saldría del hospital psiq...