Había estado allí en otras ocasiones, pero encontrarse de nuevo en aquel lugar, en las circunstancias que ahora le rodeaban, le hacía sentir más inquieto de lo habitual. Pisar el mismo suelo en el que una vez, ya hacia muchos años, cometió el error más horrible de su vida- donde arruinó el poco orgullo que podía haber sentido alguna vez, donde había destruido cualquier sentimiento noble que hubiera albergado su alma, y con ellos la vida de una mujer inocente -, conseguía hacer que se sintiera el ser más vil que existía sobre la tierra, la bestia que solo merecía morir.
Una y otra vez la imagen de Deborah, explicándole los motivos por los que le negaba su corazón; el sonido de sus mentiras en aquellos jóvenes labios, y la terrible desazón que sintió ante aquellas palabras; los recuerdos de otro pasado terrible. Para después ser sustituidos por el terror y la terrible condena que debió instalarse en sus ojos cuando la poseyó violentamente, cuando con sus actos deshonró y mancilló su hermoso cuerpo, y la abandonó como un cerdo cobarde, tratando así de escapar de la locura que lo había poseído, volvían a el para recordarle el ser despreciable que era.
Quizá fuera ése el motivo que le llevó a comprar esas tierras cuando tuvo la oportunidad, como buscando un modo de extraña absolución que sólo él comprendía, tratando de encontrar la tranquilidad mental, a cambio de fustigación emocional. Se dijo a sí mismo que aquel que le hubiera citado allí debía reconocer, al menos en parte, algo de lo que sucedió. Sabría, sin duda alguna, lo que estar en aquel pajar le producía. Y, muy probablemente, estaba jugando su baza con la intención de cogerlo con la guardia baja. Debía, por tanto, relajarse, controlarse, y no mostrar ni un tipo de emoción frente a su adversario. No podía darse el lujo de ofrecerle nada que fuera favorable yble permitiera tener alguna clase de ventaja sobre él.
Había llegado hasta allí, diciéndose una y otra vez que le esperaba la muerte, y desde luego estaba preparado. Los que, como él, habían sido malditos hacía siglos, tenían muy presente que el final podría encontrarlos en cada paso, a la vuelta de cada esquina, disfrazada de cualquier modo para pasar inadvertida. Pero si el que maquinaba acabar con él pensaba que le sería fácil, estaba muy equivocado. Estaba preparado para morir, sí, pero jamás lo aceptaría sin luchar. Apretó los puños a ambos lados de su cuerpo, y se reafirmó en su decisión.
El sonido de un coche que se detenía a unos metros del cobertizo, llegó a sus oídos, y decidió que quizá tener unos instantes para observar al que sería su contrario, podría servirle de algo. El ataque por sorpresa siempre era un factor a tener en cuenta, si la situación lo permitía y requería. Y, ciertamente en sus circunstancias, no le vendría nada mal.
Steve bajó del vehículo alquilado, y miró a su alrededor. «¡Qué lugar más solitario y extraño!», se dijo, y se arrebujó aún más en su abrigo, como una forma de protegerse. No le había costado demasiado trabajo investigar el lugar donde se habían producido los hechos; la hemeroteca lo había ayudado mucho en ese aspecto. Lo que si le había costado sudores había sido encontrarlo un situ.
Las tierras estaban algo alejadas del pueblo. Según sus habitantes, aquella zona había sido modificada con el cambio de propietario. Por lo que había preguntado, antiguamente habían existido varias casas en el valle, casas que habían sido abandonadas y derruidas, a excepción de un pequeño y destartalado cobertizo usado como pajar, en el que, siempre según la ancianita, había ocurrido algún oscuro sucedo del que se negó a hablar. Los ojos de Steve vagaron por la descolorida puerta de madera hasta terminar en los goznes, sucios y oxidados, y se preguntó como podían ser capaces de sujetarla aún.
Con mano titubeante, la empujó ligeramente y se abrió, lanzando un sonoro quejigo de protesta ante la suave agresión. Un desagradable olor a humedad lo asaltó al instante, y de nuevo la imagen de la vuelta a la casa, se tornó más atractiva si cabía.
«Vamos, Steve, has estado en peores lugares y en situaciones más peligrosas. No te dejes amilanar por tu imaginación desbocada», se dijo en voz alta, recordando la jornada entera que tuvo que permanecer escondido en un armario escobero de la compañía que estaba investigando, rezando por que aquel fuera el día libre de la señora encargada de la limpieza. Con algo más de seguridad en sí mismo, penetró en la construcción, sin darse la oportunidad de considerarlo una vez más. «Quien
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El secreto de la noche
ParanormalSteve Rogers trabaja como periodista para el periódico londinense The Lamppost. Su último trabajo es un caso sobre una mujer desaparecida tiempo atrás en unas extrañas circuntancias. Sus investigaciones lo llevan hasta Anthony Stark, el atractivo p...