Era una hermosa mañana en centro de Inglaterra; soleada, como acontecía en pocas ocasiones, puesto que la antiquísima ciudad estaba acostumbrada a un clima más bien fresco, nublado en su gran mayoría y, en ocasiones, con lluvias torrenciales que impedían el paso a sus habitantes, incluso a sus visitantes.
Sin embargo, el mal tiempo jamás impidió que la encantadora ciudad no se viera atestada de gente, pero en esa ocasión, cuando todo se mostraba favorable, era normal que los ostentosos nobles salieran a dar un paseo en medio del algarabío de las tiendas comerciales que solían adquirir la atención sobre todo de las damas, quienes salían acicaladas con rimbombantes vestidos, normalmente acompañadas por caballeros con sombreros petulantes que subían y bajaban de aquellas elegantes carrozas haladas por primorosos caballos.
Y un tanto alejada del ajetreado ambiente matutino de la capital, se encontraba el castillo de Bermont. Aquel hermoso lugar de imponentes y bien cimentados muros se alzaba entre aquella pretenciosa sociedad como un recuerdo del afamado tiempo del rococó, en donde el arte, la decoración y los jardines tenían un cuidado detallado que lo convertía en un tesoro incalculable que se perdía de vista entre las colosales magnitudes de la propiedad, puesto que, como todas las grandes casas, se encontraban cerca de la ciudad, pero jamás en el centro que los convirtiera en el carnaval de la desocupada sociedad que, por cierto, solía alimentarse de la familia que habitaba dentro de aquella gloriosa propiedad.
Puesto que, a pesar de la tranquilidad que aparentaba la solariega morada, era de conocimiento general que todo aquel miembro de la familia Bermont siempre daría de qué hablar, y en su mayoría, de una manera que no era la propicia para personalidades de su alcurnia.
Claramente, aquello no se refería a los duques de Bermont, quienes fueran respetadas personalidades de la comunidad y en la mismísima corte real. Apañados con una gran fortuna y prodigiosas relaciones internacionales que propiciaron matrimonios aún más ventajosos para su familia, los duques se posicionaron con facilidad como un linaje inquebrantable, poderoso, fuerte y al que todo ser con un poco de cabeza quería escalar para formar parte.
Esto era más que posible, puesto que los dos ancianos y acaudalados duques eran abuelos y tutores de no más que de siete interesantes jóvenes, quienes eran los que propiciaran los chismes que alimentaban a la ciudad.
Desde muy temprana edad, los duques acordaron con los padres de sus nietos para ser ellos quienes manejaran la educación de sus nietos, puesto que, desde su punto de vista, no había mejor educación que la de Inglaterra, no sólo en las escuelas, sino en sus cortes.
Si bien los padres de sus nietos eran todos de diferente nacionalidad, que bien pudieron empeñarse en educarlos a su manera, accedieron con facilidad al notar lo efectivo que sería que sus hijos e hijas hicieran alianzas desde la juventud con una de las potencias mundiales de todos los tiempos.
Aquello provocaba toda una mezcla y variedad de culturas, lenguas, ¿Y por qué no decirlo? Hermosas facciones.
Nadie podía negar que los duques de Bermont no fueron inteligentes, puesto que, al verse en la desventajosa situación de tener únicamente cuatro hijas, sin varón alguno, movieron sus relaciones para encontrarles maridos a la altura de su linaje, hermosura y posición; asegurando negocios, líneas comerciales, alianzas y tierras en los países a donde las mandaron a pasar el resto de sus días.
Y siendo esto una costumbre, no fue nada que sorprendiera a las cuatro mujeres que partieron a destinos muy distintos.
Pero de eso hacía mucho tiempo y aquellas hijas tuvieron a sus hijos, los cuales ahora ocupaban su viejo hogar, sintiéndolo más suyo que de sus madres. Se fueron a vivir con sus abuelos siendo niños, pero ya no lo eran más, todos eran jovencitos presentados ante la corte y más que capacitados para estar presentes en toda clase de veladas.
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Los Bermont (EN EDICIÓN)
Romance**(Para poder leer completa la historia se deberá seguir mi perfil accesibilidad privada)** ¿Quiénes son estos renombrados chicos? ¿En realidad son tan escandalosos como se dice? La sociedad de Londres siempre ha albergado todo tipo de personas, ma...