Capítulo 3

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Faltaba menos de una semana para que partieran a la casa de campo de Lady Pimbroke, por lo que las jóvenes habían tenido el tiempo suficiente de arreglar su equipaje con lujo de detalle, y ahora sólo estaban a la espera de marcharse.

La alegría era palpable en el ambiente, y lo era aún más debido a que tenían la fortuna de haber sido invitados esa misma noche a la velada de los condes de Winter, quienes ofrecían una de las mejores celebraciones de la temporada, por lo que naturalmente los duques de Bermont eran considerados invitados de honor.

Y, aunque seguro más de algún anfitrión deseara que no tener que invitar a los siete nietos bajo su cargo, nadie se atrevería a dañar el orgullo u ofender a aquellos importantes nobles.

Mientras esperaban a que las horas se pasaran y tuvieran que arreglarse para la velada, los jóvenes nietos habían decidido hacer un día de campo, donde disfrutarían de sus últimos días en su hogar antes de trasladarse a la mansión de Lady Pimbroke, donde pasarían por lo menos dos semanas.

En ese momento, tenía lugar una competencia de tiro con arco, todos habían participado a excepción de Annabella y Marinett, quienes habían juzgado el juego como no adecuado para las damas; mientras que Katherine y Elizabeth no le tomaban tanta importancia al asunto y se burlaban de sus primos varones, quienes luchaban por mantenerse en la competición.

—Deberías darles por lo menos una oportunidad, Katherine —gritó Marinett desde su silla.

—¿Debería? —se burló la pelirroja, quien fuera la que tuviese mejor puntería y manejo del arco.

—No lo sé, querida prima, su orgullo se está viendo algo afectado —Elizabeth habló diplomáticamente fastidiosa.

—Que las dejemos ganar no significa que sean mejores —se defendió Charles, obviamente afectado por su inminente perdida en un juego meramente de hombres—. En una competición real no nos llegarían ni a los talones.

—Pero por supuesto, Charles —Kathe asintió varias veces, pero su rostro demostraba que se continuaba burlando de él.

—No permitiré que mi hermanita me gane en esto —sonrió William mientras revolvía el cabello de la pelirroja–. Sería demasiado deshonroso.

—No permitiré que mi hermanita me gane en esto —sonrió William mientras revolvía el cabello de la pelirroja–. Sería demasiado deshonroso.

—Tan sólo me ganas por tres años, William —frunció el ceño Kathe, apartando la mano que la despeinaba–. Y te patearé el trasero.

La joven acababa de lanzar ese insulto, cuando de pronto una voz le encrespo los cabellos y le hizo maldecir su mala suerte:

—¡Katherine! —. Los problemas venían de la voz de su abuela–. Dios de mi vida, niña, ¿cuántas veces te lo voy a repetir? —le arrebató el arco y se lo entrego a Gregory–. ¿¡Con que santo te voy a casar para que te acepte con tal irreverencia!?

—Oh, abuela, eres tan positiva —Charles abrazó a la anciana por los hombros mientras miraba divertido a su prima—. Esa bestia no se casará, ningún hombre puede amar a una loca como ella.

Violet tuvo que detener a su atrabancada nieta para que esta no golpeara a su primo, dando fundamentos a las palabras del muchacho.

—¿Ven lo que les digo? —sonrió Charles desde la espalda de su abuela a la cual usaba como escudo contra la iracunda pelirroja.

Katherine lo miró con la venganza grabada en sus ojos, pero su atención sobre Charles no duró demasiado y se enfocó en tratar de librarse de su inminente castigo.

Los Bermont (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora