Sí, en definitiva, aquel hogar era uno de los más llamativos que se pudiesen encontrar en la ciudad de Londres, y no únicamente por la extensión de tierra y su estilo gótico, sino porque pertenecía a una de las familias nobles de mayor remembranza de la ciudad.
Aquel hermoso castillo pertenecía a uno de los más acaudalados partidos de la temporada, quien se encontraba en compañía de sus tres amigos, quienes parecían decididos a incordiarlo en su trabajo cotidiano y, ¿por qué no decirlo?, bastante atrasado después de su tiempo fuera de la ciudad.
—Realmente has perdido el juicio, James —negó el caballero que se encontraba bebiendo coñac cerca de un ventanal.
—¿La fiesta de lady Pimbroke? ¿En serio? —se burló otro de los caballeros, quien se encontraba desparramado en un sofá, con una sonrisa retorcida y unos ojos que asesinarían el alma.
—Bien sabes que no soy fanático de las fiestas, mucho menos las que duran dos semanas —negó aquel que estuviera sentado detrás de su escritorio, inundado en sus papeles.
—Seremos la comidilla de miles de madres con hijas casaderas —contrapuso el del sofá, sentándose adecuadamente.
James miraba a sus cuatro compañeros desde un punto estratégico en donde no se perdía el movimiento de ninguno. Tenía una sonrisa relajada y una copa en su mano, aparentemente divertido por los ceños fruncidos de sus amigos.
—Vamos, será divertido. ¿Por qué no lo ven desde el lado positivo? Tendremos a docenas de mujeres derritiéndose por nosotros a todas horas del día.
Sabía que no sería fácil convencerlos de acompañarle, esos tres hombres tenían su carácter y, a pesar de llevar toda una vida juntos, no era como si se pudiesen convencer de hacer algo que no quisieran; sin embargo, lo intentaría, porque no quería ser la única carnada viva, debía llevarlos para dispersar la atención y poder hacer sus propias calaveradas sin causar tanto revuelo.
—No hace falta salir de Londres para que consigas eso —señaló un hombre de aspecto serio, con unos ojos azules tan intensos como el mar y cabellera castaña bien peinada hacia atrás.
—Vamos, Robert, tú eres el que más necesita la salida.
—No hables como si supieras lo que necesito o no —sentenció el acusado con la rapidez y frialdad escalofriante que lo caracterizaba.
La carcajada burlesca que provino desde el hombre sentado en el sofá era tan maliciosa que James tuvo que mirarlo con reproche, puesto que sabía que todo lo que saliera de la boca de Thomas sería una afilada daga preparada para dañar hasta la muerte.
—No podrás con él, James, date por vencido.
—Por eso los convenceré a ustedes primero —lo apuntó y también al hombre que se conservaba cerca de la ventana.
—¿Desde cuándo necesitas damas de compañía para ir a una velada, James? —se siguió burlando Thomas.
—Que va, si será divertido, además, así aplacaremos la curiosidad, si nos presentamos, dejarán de merodear nuestras casas.
Los tres hombres que estaban intentando de ser convencidos se miraron, buscando algún tipo de ayuda entre ellos, o al menos, una forma de escapar de su amigo insistente.
—¿Cuánto tiempo se supone que durará la dichosa fiesta? —preguntó Adam con seriedad.
—Saldremos el miércoles de la próxima semana —sentenció un triunfal James, pensando que era la aceptación a su insistencia.
—Nadie ha dicho que asistiremos —lo detuvo Robert—. Además, preguntaron cuánto, no cuándo.
—Ah, vamos, sé que por lo menos dos de ustedes ya se lo están pensando, y tú, Robert —regresó la mirada hacia el solemne hombre, quien se recostaba en su asiento de escritorio de forma testaruda, mirándolo de forma escalofriante—, te bastará saber que no me rendiré hasta que te convenza, y sabes lo enfadoso e insistente que puedo llegar a ser cuando quiero.
Robert presionó sus labios hasta formar una fina línea, meditando que tanta paciencia le quedaba como para soportar a un James insistente, concluyendo que realmente no pensaba seguir escuchando la misma cantaleta por más de una ocasión, así que simplemente suspiró y apartó de su mente la respuesta negativa que daba su interior, como una advertencia del futuro.
—De acuerdo, iré —accedió, provocando que los otros dos lo miraran con sorpresa, puesto que esperaban sonrientes su negación.
—¿Qué has dicho? —dijo un sorprendido Thomas.
El hombre regresó la mirada hacia el pelinegro de ojos azules como relámpagos mortíferos y levantó una ceja.
—¿Acaso has olvidado lo que es tener a James encima? —negó varias veces—. Prefiero ahorrarme el tiempo.
Los amigos miraron con respeto a James, puesto que la paciencia de Robert era infinita y si él era capaz de acabar con ella, mejor ni intentar darle la contraria.
—Pues vamos —concedió Thomas.
—¿Adam? —preguntó al último renuente.
—Yaqué —soltó un suspiro cansino y asintió.
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Los Bermont (EN EDICIÓN)
Romance**(Para poder leer completa la historia se deberá seguir mi perfil accesibilidad privada)** ¿Quiénes son estos renombrados chicos? ¿En realidad son tan escandalosos como se dice? La sociedad de Londres siempre ha albergado todo tipo de personas, ma...