Capítulo 1

13.8K 791 233
                                    

—¡Ah! Parece que llegó la última invitada —advirtió Damián con una sonrisa que nadie se la podía borrar de la cara, ni siquiera esas ansias y el nerviosismo por casarse en los próximos minutos.

—¿La petiza que está abrazando a Haidée? —preguntó Edmundo, echándole el ojo a la recién llegada. Bonita, con cierta aura de inocencia y una mirada pícara.

—La misma —corroboró Damián, mirando embobado a su futura esposa; no tenía ojos para nadie más.

Edmundo no quiso seguir el ejemplo de su hermano, y como acto reflejo, dejó de prestarle atención a la amiga de Haidée y, de pronto, se quedó ensimismado mirando todo a su alrededor, se sentía extraño y a la vez a gusto en medio de esa celebración. Todos los invitados venían en pareja. Era una situación un poco absurda, pero tal parecía que él y la recién llegada eran los únicos solteros en esa estancia.

—Ya llegó papá con el oficial civil. Deséame suerte, hermano, voy a buscar a mi futura esposa —anunció Damián con una sonrisa radiante.

—Suerte, hermano. Sé que serás feliz.

—Ya lo soy.

Edmundo observó con atención a Damián que fue al encuentro de su novia e interrumpió la conversación que sostenía con su amiga, la misma que, en ese instante, lo miró de reojo sin ningún disimulo. Edmundo no podía escuchar nada del intercambio, pero sí era visible que la amiga de Haidée estaba amenazando a su hermano de muerte si metía la pata —o algo por el estilo—. La actitud de esa mujer a él le divertía pues, en realidad, no representaba ningún tipo de amenaza ese metro cincuenta de estatura al lado del casi metro ochenta de Damián.

A Edmundo más bien le provocó risa, que no se molestó en ahogar.

—¡Más te vale! —Escuchó que la mujer advertía a su hermano, en un vano intento de tener la última palabra.

Edmundo levantó sus cejas, sorprendido, esa voz la había escuchado antes... Pero dónde... ¡¿Dónde?!

Maldición.

Una de las características más marcadas de Edmundo era la curiosidad, pero él la consideraba casi un defecto, pues si no la saciaba al instante, empezaba a rayar la obsesión en su afán por satisfacerla.

Y la obsesión era otro defecto que Edmundo intentaba evitar.

Detestaba entrar en el estado de la obsesión, porque no descansaba hasta que alcanzaba su objetivo, no importaba lo que fuera, podía tratarse de algo banal, como completar un crucigrama, hasta algo trascendental, como lo fueron sus estudios. Fue capaz de cursar todos sus semestres con notas sobresalientes, anuló su vida social, su vida sentimental y casi su vida familiar por lograr lo que se había propuesto.

Su objetivo era no fallar.

Y no falló.

Edmundo sabía muy bien que esa voz la había escuchado antes... Varias veces, de hecho, pero a su memoria no acudía un recuerdo tangible que le revelara donde, y así, poder evitar preguntarle directamente a esa mujer.

La ceremonia civil de matrimonio empezó, y Edmundo concentró toda su atención en su hermano y su cuñada. La relación de ellos le parecía algo increíble, ellos no se conocían por más de tres meses, y ya se estaban casando de manera sencilla en la intimidad de su propio hogar. Tener noviazgos cortos y matrimonios largos era algo que caracterizaba a los Cortés, cosa que él no creía en lo absoluto. Según su padre, don Agustín, desde tiempos inmemoriales todos los hombres de su familia solían pasar del cortejo al matrimonio en cuestión de días. Su tatarabuelo, don Justino Cortés, en tan solo una semana ya tenía una alianza en su dedo anular y su matrimonio duró cuarenta felices y largos años.

[A LA VENTA EN AMAZON] Enséñame (#8 Contemporánea)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora