2

239 29 2
                                    


- Bienvenidos de nuevo, ¿cómo han estado? - Preguntó, a lo que se escucharon varias respuestas, preferí quedar callada - Bien, como podemos ver en las imágenes de la pared esta sesión tratará de la adolescencia, esa parte de la vida que a muchos nos encanta o avergüenza recordar, así que espero que sean sinceros y cuenten sus experiencias y recuerdos - Nos dice con una sonrisa - Bueno, como la última en presentarse la semana pasada fue la señorita Nishikino, creo que sería buena idea si ella empieza.

- No tengo problema - Dijo acomodándose.

- Pues entonces empiece, por favor - Respondió cordialmente el hombre.

- Bueno, mi adolescencia no fue la mejor de todas...

El piano había sido mi nuevo mejor amigo, desde la pérdida de mi conejo. Lo disfruté sin culpa desde ocho años hasta aproximadamente los trece.

Entre los ocho y los nueve, aprendí a cómo hablar con él, al principio fue difícil; las teclas eran pesadas, no tenía coordinación y a veces la nota salía muy fuerte o completamente ensordecedora. Se sintió como aprender otro idioma. Pero uno se va acostumbrando, como todo.

A los diez, tocaba con más fluidez las teclas, pasaba más tiempo con él, tal vez algunas tardes enteras, por lo que hablábamos más seguido. Todo era más ligero, tanto mis dedos como las teclas y pedales del instrumento. También cantábamos juntos, fue estupendo.

A los once pasaba todo el día con él, nada nos separaba, excepto mis obligaciones. No podías salir a jugar al patio de la escuela con un piano, obvio estaba... Aunque admito que era pequeña, y habré pensado alguna que otra cosa sobre cómo poder llevarlo afuera...

A los doce, comencé la secundaria.

Desgraciadamente, al entrar a la secundaria, no pude hacer amigos por ser la hija de un "honorable" doctor. No es como si quisiera, de todos modos, la escuela era para estudiar no jugar.
Aunque admito que en los años que pasé con el piano olvidé un poco de como relacionarme con la gente...
Bueno, supongo que en ese tiempo me veían como si estuviera en otro nivel, o algo así. Hablaban de mí a mis espaldas como si no los escuchara, hasta había veces que escondían mis cosas, o las tiraban por la ventana. Por eso digo que por celos o eso.

Aunque, un sólo aviso del director bastó para que todo eso parara. Después de todo, yo era "alguien que no merecía pasar por situaciones estresantes".
A pesar de que realmente nunca me importó eso, después de todo, había un piano en la sala de música.

Terminé convirtiéndome en la "belleza fría" de la escuela, la típica "inalcanzable". No hice amigos en esos tres años de mi vida...

Bueno, hice uno, el piano que estaba en el salón de música. Estaba un poco sucio y viejo, pero nada que un buen trapo con cera y buena limpieza no pudiera arreglar.

Las niñas comenzaron a odiarme. Toda la escuela lo empezó a hacer, sólo porque me llevaba bien con los profesores y era indiferente hacia mis compañeros de clases.

Pero había un piano allí, así que estaba bien por mí.

Amaba el piano, el mejor instrumento creado por el hombre. Capaz de decir en notas los sentimientos que no pueden ser transmitidos a través de palabras. Podía ser acompañado por una voz, u otros instrumentos. Era perfecto. Era hermoso. Como el conejo que había tenido de mascota...

En ese mismo momento, me di cuenta de que quería el piano para toda mi vida. En ese momento, la parte dentro de mí pudo superar la culpa de haber dejado morir al pobre conejo y seguir.
Y eso tenía planeado hacer.

Me dieron una beca para la escuela de artes.

Grité de felicidad, lloré de alegría.

¿Saben? Al ver como mis padres me apoyaban con el tema de la música pensé que me iban a dejar estudiar algo proveniente de eso. Les iba a dar la gran noticia. La beca...

La Historia de Mi Vida. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora