Había algo sobre el hecho de poder tener su número de teléfono en mis manos, he de admitir me hacía retumbar el pecho de una inocente emoción.
Una vez dejada atrás la sensación de casi anonimato que Twitter les brinda a sus leales usuarios sentía que en realidad había derribado una barrera más que la distancia imponía entre nosotras, la barrera sólida e implacable del anonimato físico.
Algo que pasa con mucha regularidad en las relaciones a distancia (por lo menos en la mía) es la innegable incertidumbre que crece alrededor de la imagen corporal de la persona con quien hemos comenzado a hablar día y noche mediante nuestros teléfonos o computadoras, debo decir que para el momento en el que vi su rostro por primera vez ella ya se había ganado gran parte de mí, sin que yo ni siquiera pudiera notarlo, hasta que estuve hundida por completo en las sensaciones que ella provocaba con solo un par de palabras danzantes en mi celular.
Una vez ha caído por completo la barrera de la imagen física, que aunque suene superficial, en realidad suele jugar un factor vital en la hora de la formación de una pareja, hemos de permitir abrirnos con menos recelo a la otra persona debido a la sensación de seguridad que nos brinda el reconocimiento de su rostro mediante una simple fotografía, además de poder agregar a la lista de emociones la atracción física en conjunto con la emocional, ambas necesarias en cantidades balanceadas para el desarrollo de la relación con el tiempo.
Hay un punto que es vital resaltar sobre las relaciones a distancia, en muchas ocasiones, lo emocional juega con mayores puntos que lo físico debido a la obvia carencia de posibilidades de contacto sexual o incluso inocente de un simple roce de manos, una vez nos hemos expuesto a caer enamorados con alguien al otro lado del mundo es un paso elemental la exposición de nuestros sentimientos a la persona que nos ha elegido a nosotros sobre las infinidades de posibilidades, cercanas o lejanas.
Otra de las maravillas que nos brinda la comodidad de un número de teléfono es el sonido de la voz, acompañado de la risa si se han hecho comentarios acertados, otros dos factores que nos brindan una sensación de seguridad y un dejo de tranquilidad cuando lo necesitamos, incluso si sus palabras son sobre un tema completamente cotidiano. La sensación arrolladora de orgullo cuando alguno de los chistes que consideraban malos la hacen reír de la forma más sutil o a carcajadas, la manera en la que, en mi caso, mi pecho saltaba con cada pequeño "te quiero" susurrado por sus rosados labios como si fuéramos el secreto mejor guardado en la tierra, como si no hubiera nada más en ese momento que importara más que ella y sus confesiones suaves mientras ambas intentábamos ocultar lo despiertas que estábamos en medio de la madrugada cuando incluso si nuestros párpados pesaban intentábamos charlar con coherencia sobre nuestros intereses.
He de reconocer mi torpeza fielmente acompañada de mi aun carente conocimiento sobre las sutilezas y complejidades del coqueteo femenino, sin saber en realidad que soy peor llevándolo a cabo o leyendo las señales cuidadosamente dejadas en el camino para mí, así que he de admirar la infinita paciencia que me tuvo mientras estaba demasiado ocupada pensando si le gustaba lo suficiente como para hacerle la pregunta que tantas veces ya había pasado por mi mente mientras sus mensajes llegaban con cada vez más frecuencia.
Regresando nuevamente a la barrera de lo físico (me disculpará el lector semejante desorden de ideas) quiero resaltar la belleza de mi ahora fantasma, de brillantes ojos claros, siempre cambiantes de color para maravilla mía y cotidianidad suya, piel blanca como luna llena sobre el oscuro firmamento, rosados labios y lisos mechones de cabello castaño, resulta bastante cautivadora para mi incluso ahora que una parte de mi la considera como perdida sin embargo mi memoria, terca y caprichosa me hace recordar con lujo de detalle cada sutil detalle sobre ella, cada pequeña curva, cada pequeño lunar que un día me dejó ver armada de valor, la forma en la que sus mejillas regularmente pálidas se tornaban de un inocente rojo con cada halago sincero que salía de mi boca, o en su defecto, de mis letras en un mensaje.
Quiero que sepan que soy la editora a sueldo de Valentina, solo que sin sueldo.