Un Bebé En Camino

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He dado vueltas en la cama intentando abandonar la vigilia inútilmente. Hace unos minutos salí a rastras de entre las cobijas buscando pluma y papel. Escribirte es el último recurso que me queda en esta fiera lucha por controlar mi torbellino mental.

Ésta es la primera noche que pasamos en casa después de la tragedia. Es el punto final de una historia escrita en tres días de angustia, incertidumbre y llanto.

Estaba impartiendo una conferencia de tutoría cuando fui interrumpido por la secretaria.
-Licenciado -profirió antes de que me hubiese acercado lo suficiente a ella como para que los asistentes al curso no escucharan-. !Su esposa! ¡Acaban de hablar del hospital Metropolitano! Tuvo un accidente en el trabajo.
-¿Como? -pregunté azorado-. ¿No será una broma?
-No lo creo señor. Llamó una compañera de ella.
Me dijo que un alumno la atacó y que es urgente que usted vaya...
Salí de la sala como centella sin despedirme de mis alumnos.
Subí al automóvil con movimientos torpes e inicie el precipitado viaje hacía el hospital. No vi al taxista con el que estuve a punto de chocar en un crucero, ni al autobús que se detuvo escandalosamente a unos milímetros de mi portezuela cuando efectúe una maniobra prohibida.

¿Como era posible que te hubiera atacado? ¿No se suponía que eras profesora de los mejores institutos?

Estacioné el automóvil en doble fila, bajé atolondradamente y corrí hacia la recepción del sanatorio.
Reconocí de inmediato a tres empleadas de tu escuela sentadas en las butacas de espera. Al verme llegar se pusieron de pie.

-Fue un accidente -dijo una de ellas apresuradamente, como para exprimir responsabilidades.

-El joven que la golpeó ya esta expulsado -aclaró otra.

-¿La golpeó? -!¿En donde la golpeó?!

Las profesoras se quedaron mudas sin atreverse a darme la información completa.
-En el vientre -Dijo al fin una que no podía disimular su espanto.
Cerré los ojos tratando de controlar el indecible furor que despertaron en mí esas tres palabras. Por la preocupación que me produjo el hecho de saber que podías estar herida me había olvidado de algo de lo mas importante, ¡Dios mío!: ¡que estabas embarazada!

-¿Fue realmente un accidente? -pregunté sintiendo como la sangre me cegaba.

-Bueno... Sí - titubeó una de tus amigas-. Aunque el muchacho la molestaba desde hace tiempo... De eso apenas nos enteramos hoy.
No quise escuchar más.

Me abrí paso bruscamente y fui directamente al pabellón de urgencias. A lo lejos vi a tu ginecobstetra.

-!Doctor! -lo llamé alzando una mano mientras iba a su encuentro -. Espere por favor... ¿Cómo está mi esposa?
-Delicada -Contestó friamente-. La intervendremos en unos minutos.

-¿Puedo verla?
-No. -Comenzó a alejarse.
-Y el niño, ¿se salvará?
Movió negativamente la cabeza.
-Lo siento señor.

Me quedé helado recargado en la pared del pasillo.
!esto no podía estar pasando! !no era admisible! !no era creíble!

Tu médico te había permitido trabajar medio tiempo con la condición de que lo hicieras cuidadosa y tranquilamente.
!Yo mismo lo acepté sabiendo que se trataba de una gestación riesgosa! ¿Pero quien iba a imaginar que un imbécil te golpearía? !Y faltando tres meses para el nacimiento!

Eché a caminar por los corredores entrando a zonas restringidas, como un ladrón. Conozco a la perfección el hospital por que en el nacieron nuestros otros dos hijos y yo participé en ambos partos, así que, con la esperanza de verte, me agazapé en un cubo de luz por el que puede vislumbrar se el interior del quirófano. No tuve que esperar mucho tiempo para presenciar como te introducían a un lugar en camilla... Fue una escena terrible. Estabas acostada boca arriba con el brazo derecho unido a la cánula del suero y una manguera de oxigeno en tu boca. Parecías muerta. Igual que ese "volumen", antes rebosante de vida, horriblemente estático debajo de la aséptica sábana que te cubría el vientre. Me quedé pasmado, transido de dolor, rígido por la aflicción.
¿Qué te habían hecho? ¿Y por qué? Es verdad que los jóvenes de hoy son impulsivos, inmaduros, inconscientes; que hasta en las mejores escuelas se filtran cretinos capaces de las peores atrocidades... Pero, ¿al grado de hacerte eso a ti... A nosotros? Sentí que las lágrimas se agolpaban en mis párpados.

Mi vida... Viendo cómo te preparaba para la operación, juré que, de ser posible, cambiaría mi lugar por el tuyo...

Además de haber perdido al bebé habias quedado estéril.
Durante el trayecto a la casa no hablaste nada. Yo tampoco. ¿Qué palabras podían servir para atenuar la la aflicción producida por esa amarga experiencia? ¿Qué bálsamo era capaz de adormecer el suplicio de esa llaga supurante? No había ninguno. Quizá el silencio.
Al llegar a casa solo quise darme un baño...

-Amor -susurré sintiendo cómo las palabras se negaban a salir-. No puedo quedarme con los brazos cruzados después de que han matado a nuestro hijo.
-Entiende que no fue intencional...
-¿Y tu entendiste...? -pero me quedé con la frase en el aire. ¿Entiende qué? Dios mío. Tenia tantas ganas de llorar... Entonces comprendí el gran error: he dedicado el trabajo de toda mi vida a brindar elementos de superación a empresarios, cuando son otras las personas que realmente necesitan de él.
-Vida -me dijiste-. En este momento no se por qué estoy más triste: si por la muerte del bebé o por tu actitud hacia mí.
Con ese comentario me aniquilaste. Sentí que perdía fuerzas y con las fuerzas la ira. Quise abrazarte, pero tu estabas vestida y seca y yo desnudo y mojado bajo la regadera.
-Perdoname -logré articular al fin-. No debo comportarme así, por que entre todo lo malo que ha pasado hay algo verdaderamente hermoso: que ahora te amo muchísimo más...
Esta vez mi tono de voz sonó intensamente afligido. Una lágrima se deslizó por tu mejilla confundiéndose de inmediato con el agua que caía sobre mí. Te me acercaste nerviosamente. El chorro, al golpear mi cuerpo, comenzó a salpicarte. No te importó
-¿Sabes...? -Te dije-. Cuando estaba en el quirófano juré que si pudiera cambiaría mi lugar por el tuyo... Tu no soportaste esas y no soporté mas tu dulce mirada.
Te extendí los brazos y, vestida como estabas, te refugiaste en ellos de inmediato.
El agua de la ducha cayó sobre ti empapandote totalmente. Te acurrucaste en mi cuerpo buscando más calor. Acaricié tu cuello y tu espalda con cariño casi desesperado; luego comencé a desabrochar tu bata, deslizando la mientras te besaba.
Estreché tu piel desnuda delicadamente pero con mucha fuerza y tu comenzaste a llorar abiertamente, frotando tu cara en mi pecho. No había sensualidad alguna. Era algo superior. Algo que no habíamos experimentado jamás. Era el milagro de una dolorisima experiencia.
En ese instante no te importaba haber tenido un aborto, ni te importaba nada de lo que pudiera pasarte en el futuro si nos manteníamos juntos.
No necesité contestarte para que supieras que yo pensaba igual. Fundidos en un abrazo eterno éramos, tu y yo, una sola alma otra vez.

Cuando Los Ángeles CaenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora