Confesión - Ednaiko

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Sus labios dolían por la fuerza que aplicaba en ellos para mantenerlos cerrados por el miedo a decir algo que pudiese avivar la tensión que fluía entre ellos desde hacía media hora atrás, una tensión tan densa que, al formarse repentinamente mientras se encaminaban al aeropuerto, le impedía respirar con normalidad; definitivamente estaba alterado: su corazón latía con fuerza contra sus costillas, dándole la impresión de que dicho órgano se escaparía de un momento a otro, su respiración mantenía un ritmo irregular, agitada, el oxígeno que ingresaba hasta sus pulmones le parecía ser fuego, quemándole de paso la garganta, sus manos temblaban y no era capaz de detenerlas.

La incertidumbre, el miedo y la confusión lo estaban matando de a poco.

Miró por la ventana del taxi en un inútil intento por tranquilizarse, las calles de Santiago se encontraban cubiertas por el invierno y la semi oscuridad de la madrugada; intentó enfocarse en los faroles que iluminaban de manera tenue a las pocas personas que transitaban despreocupadamente por la acera, sumidas por completo en su propio mundo. Las hojas que habían sobrevivido al otoño se balanceaban de forma poco sutil gracias al viento invernal que paseaba de forma traviesa entre ellas, sacudiéndolas; cuando de reojo notó que su acompañante lo miraba fijamente se encogió cohibido en su asiento e introdujo sus manos en el bolsillo de abrigo.

Le devolvió la mirada, perdiéndose inmediatamente en aquellas orbes cafés que tanto le encantaban, tan pronto como abrió la boca en un arrebato por decir la verdad, volvió a cerrarla, formando con sus labios ya de por sí adoloridos una fina línea. No podía decirlo, no podía darse el lujo de confesar el cálido sentimiento que se formó en su pecho desde hacía tres años atrás, no después de que había dejado ir un sinfín de oportunidades para hacerlo y, para colmo, ¿con qué cara le diría aquello al Naiko el día en que se iba de intercambio a otro país? Si bien aquel era su plan original, motivo por el cual se ofreció a acompañarlo al aeropuerto a hacer todo el trámite previo antes de su vuelo, apenas despertó aquel día se sintió tan cobarde y estúpido por haber planeado algo tan infantil que prefirió callar.

Mientras se aproximaban cada vez más a su destino deseaba con toda su alma dar marcha atrás al reloj, poder volver a aquellos días en que webeaban despreocupadamente en clases, en los que al salir de la U se encaminaban al metro hablando de algún tema trivial hasta que alguno de los dos se bajaba primero, aquellos en los que jugaban hasta la madrugada y al estar en clase, desvelados, reían ruidosamente al recordar alguna talla ocurrida durante la partida... sin siquiera haberlo notado, o, más bien, por no querer hacerlo, Nicolás se había vuelto una parte fundamental de cotidianeidad, una tan querida y preciada que le dolía perderlo por un año entero.

¡Que inútil era pensar y desear cosas imposibles en un momento como ese!

Amaba a Naiko con cada partícula de su ser, le encantaba cada una de sus expresiones, su risa, su forma de ser y su característica amabilidad, aunque lo intentaba, no recordaba haberse sentido de aquella forma en el pasado con absolutamente nadie, ¿qué se suponía que haría sin él durante tanto tiempo? Desafortunadamente aquel sentimiento justo ahora le pesaba de tal manera que deseaba poder arrancarse lo del pecho, tirarlo, pisarlo con fuerza y seguir como si nada para deshacerse del gusto agridulce que sentía en su boca durante esos instantes. De una manera u otra, aunque había deseado incontables ocasiones estar de una forma especial junto a Naiko, apenas el susodicho se fuera encontraría la forma de acabar con ese sentimiento que creía no correspondido.

En cuanto pagaron y se bajaron de aquel vehículo, arrastró mecánicamente una de las maletas del mayor al interior del aeropuerto, mientras realizaban los últimos preparativos para la partida de Naiko, continuaban envueltos por el avasallador silencio que los abrazaba sin piedad alguna. Para ambos resultaba sumamente incómodo el no tener un tema de conversación con la persona con la cual solían hablar fluidamente la mayor parte del día. Una vez que todo estuvo listo se dedicaron a esperar en una de las bancas del lugar.

Furtivamente y sin que el más alto se percatara de ello, Nicolás deslizó de forma discreta su mano izquierda hasta entrelazar sus dedos con los de Edgar, acarició con un dejo de temor ante el rechazo el dorso de su mano y, una vez finalizado aquel delicado contacto, escondió de la vista de las demás personas ambas extremidades, refugiándolas en su bolsillo.

- Edgar – habló de forma queda mientras apretó con fuerza la mano de su amigo, su voz era tan baja que únicamente el menor podía escucharlo- estoy feliz de haberte conocido, quizás no sea el momento apropiado, pero tengo que decírtelo –llenó sus pulmones mediante una inhalación profunda, reuniendo valor- me gustai –comenzó – hay tantas cosas que me gustan de ti que el tiempo que tengo ahora no me alcanzarían para decírtelas, y yo, bueno... te quiero -aunque había anhelado escuchar esa frase durante tanto tiempo, nuevamente, el ruliento no fue capaz de pronunciar palabra alguna. Espero escuchar aquello y, cuando al fin pasó, no supo qué decir- no te preocupís –continuó, evidentemente triste, a la par que liberaba la mano de Edgar de su agarre, devolviendo su extremidad al sitio en que estaba antes de sujetarla- ya sabía que no sentís lo mismo, espero que nuestra amistad no cambie por esto.

La carencia de palabras que nació después de aquella revelación se desvaneció, al menos por parte de Nicolás, en cuanto sus otros amigos comenzaron a llegar para despedirlo. Mientras que el grupo de amigos charlaba animadamente, por su parte, Edgar permanecía sumido en sus pensamientos, reprochándose una y otra vez el haber desperdiciado una oportunidad tan valiosa y única, hasta que su mayor miedo se hizo realidad: por el altavoz anunciaron la salida del vuelo de la persona más importante para él.

- Tengo que irme –dijo Naiko, mirando fijamente al más alto del grupo.

- Eso ya lo sé –pensó con fastidio y tristeza.

Todos se encaminaron hasta el pasaje para abordar, el ruliento se sentía tan ansioso y asustado que sus latidos, tan acelerados que retumbaban con fuerza tras sus oídos, de nueva cuenta volvían a doler, su estómago estaba tenso, de un segundo a otro unas inmensas ganas de vomitar se habían adueñado de él, fue un esfuerzo sobrehumano dar un paso tras otro con sus piernas temblándole de manera absurda; uno a uno los jóvenes abrazaron a su amigo, dedicándole un par de palabras en las que le deseaban un buen viaje. Todos miraron fijamente a Edgar, quien se detuvo un par de metros atrás, todo porque sus piernas dejaron de responder.

Naiko suspiró con tristeza, malinterpretando el gesto y con el corazón contraído por el dolor, levantó su mano y la sacudió de un lado a otro en un gesto de adiós. Se giró y comenzó a aproximarse hasta la puerta de abordaje, sin que se lo esperara, su trayectoria fue detenida en el instante en que unos cálidos brazos rodearon con fuerza su cuerpo, permitiéndole sentir en su espalda los potentes latidos que provenían del pecho de Edgar.

- Oye, yo... -la voz del menor se quebró, inundada de angustia por no saber cómo transmitir todo lo que sentía. Desesperado porque el tiempo se le agotaba, sin importarle lo que dijesen sus amigos ni las miradas y murmullos poco discretos de las demás personas que se encontraban en el lugar, obligó al más bajo a girarse hasta encararlo, apretó con fuerza sus hombros y depositó un torpe y brusco beso en los labios del contrario, intentando grabar en su mente la sensación que ese contacto le brindaba.

- Yo... -dijo al separarse, callándose al no saber cómo expresarse. Pasó una mano por sus cabellos, removiendo de paso la fina película de sudor que se impregnó en su frente- por la cresta...

- Lo entiendo –dijo Nicolás tímidamente, tranquilizándolo con una sonrisa.

Ambos se abrazaron con fuerza durante un breve intervalo de segundos, contacto que se deshizo porque el mayor debía ingresar al avión o perdería el vuelo. En un año, tiempo en que Nicolás no estaría en el país, podían suceder muchas cosas, estaban muy conscientes de ello. Aunque dejarían sus sentimientos en pausa, ambos aguardarían paciente y decididamente hasta el momento de reencontrarse para saber qué sucedería con sus sentimientos.


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