La mañana llegó apenas cerraron los ojos. Cuatro horas a lo mucho y la mitad de ése tiempo Okono se la había pasado comprendiendo la magnitud de la situación. Fue difícil hacerse a la idea que el momento mágico había pasado y que las consecuencias ya estaban sobre ellos. Que Sari no era una chica cualquiera y que estaban siendo observados por diminutos espías.
Esperaba fervientemente que las mariposas no los hubieran visto a ella y a Sato, porque si Sato era en serio un ángel y tenía estrictamente prohibido hacer cosas como...como las que habían hecho la noche anterior, entonces su castigo sería fuerte.
Decidió que de ése momento en adelante enterraría lo sucedido en el fondo de su corazón. Todo por la seguridad del muchacho. Debía hacer creer a las mariposas que todo seguía normal, que nada había pasado.
Pero para eso primero tendría que creérselo ella.
Con la luz matutina acariciando sus párpados, Okono supo que ya era hora de moverse, de seguir adelante. Pero no quería despertar en la triste realidad. Una realidad donde Sato no le acariciaba la mejilla y le decía que la amaba.
Una mano sacudió su hombro.
-Ya sé ...-musitó Okono de mal humor-. En un segundo me levanto.
No obtuvo respuesta. Pero la misma mano que le sacudió el hombro, fue la que tomó su brazo izquierdo y lo jaló hasta obligarla a pararse.
-¡Eh!-se quejó.
-Lo siento princesita, el sueño se acabó-dijo Sekgä deteniéndola en seco, con la mano aún sujetando su brazo-. La isla está muerta.
Isla y Muerta no eran dos palabras que se llevaran juntas. Pero eso era lo que Sekgä había dicho.
Okono no comprendió hasta que miró a su alrededor. En un segundo la modorra se fue, dando paso a la desolación.
Las palmeras, plantas e incluso la misma arena estaban negras. Corroídos hasta el núcleo por algo que los pudría.
-Tenemos que movernos-la voz de Sato la distrajo, al verlo tan distante se le rompió el corazón. Sí, entendía que debían ser discretos, pero eso no significaba que él fuera un patán. O actuara como si nada hubiera entre ellos. Ni siquiera una amistad.
Okono iba a dar un paso cuando Sekgä la detuvo.
-Cuidado-le susurró, señalando la arena negra-. Si pisas cualquier cosa podrida, perderás el pie.
El aliento cálido del demonio provocó un escalofrío que la recorrió desde su oreja hacia todo su cuerpo. Pero al ver que Sato se detenía para verlos, se relajó. "Yo también puedo jugar esto" pensó. Así que se mantuvo pegada a Sekgä mientras Sato entornaba los ojos en blanco, irritado. Continuaron la marcha en silencio. No hacía falta explicar que aquello que habría podrido casi toda la isla, era lo mismo que había impregnado el océano: sangre de demonio. Resultaba muy complicado avanzar por una isla donde muy pocas partes de ella no estaban "muertas" como había dicho Sekgä.
-Alto-la voz de Sekgä fue un estallido en medio del silencio sepulcral e hizo que todos los muchachos voltearan a ver lo mismo que él.
Delante, a unos dos metros se hallaba una roca grande. No tendría nada de especial si no fuese porque todo a su alrededor permanecía con vida. Concediéndole un color reluciente que contrastaba con el grotesco paisaje que los rodeaba.
-Pisen donde yo lo hago-indicó caminando hacia la roca. Los chicos lo hicieron y una vez que pisaron las hierbas verdes se relajaron.
El demonio pasó una mano por la rugosa textura, observando con los ojos entrecerrados.
-Hay algo raro en...-no terminó de hablar cuando presionó una zona de la roca. La cual se hundió y antes de que alguien pudiera decir algo, la tierra tembló bajo sus pies y se los tragó.
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Las Hermanas Deltaff
FantasyPORTADA HECHA POR: @bizzleselfie DEMONIOS, DOS HERMANAS, UNA GUERRA. Una será la elegida para proteger el Deltaff (báculo otorgado por los Dioses para mantener el equilibrio del mundo), y la otra estará al servicio de los dang-blang. Demonios surgid...