Prólogo

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Era por fin hora de la verdad

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Era por fin hora de la verdad. No había marcha atrás. En breve comenzaría el solsticio de invierno y el Deltaff se elevaría al cielo junto a los dioses.

Pero algo andaba mal. Un silencio sepulcral inundaba el ambiente y el aire se estaba volviendo tan frío en lo alto del Monte Sagrado, que helaba hasta los huesos.

-No tardará en llegar-susurró Saabi, mientras sujetaba el báculo con el puño bien cerrado. Se volvió hacia Kodrack y clavó su profunda mirada en él-¿Estás seguro que no quieres volver?-preguntó, con una leve súplica en los ojos.

El muchacho se acercó y negando con la cabeza la besó suavemente en los labios.

-Prometí que nunca te dejaría. Me quedaré a tu lado no importa lo que pase-aseguró. Había tanta seguridad en su voz, que Saabi comprendió que nada lo haría cambiar de opinión.

Bajó la mirada y tras un leve suspiro le entregó el báculo.

-Lo que vas a ver, lo que pase...puede que sea demasiado, pero por favor no sueltes el Deltaff. Lo dejo en tus manos. Te cubriré con un escudo mágico y no quiero que salgas de ahí por ningún motivo ¿entendido?-inquirió, tomándolo de los hombros-. Ningún motivo.

Kodrack tragó saliva, asintiendo con lentitud. La maga suspiró y comenzó a murmurar un conjuro. Lentamente una luz amarilla surgió de la tierra, cubriendo al joven.

-¡Espera!-exclamó él tomándola de la nuca y besándola probablemente por última vez. Saabi cerró los ojos, provocando que una lágrima cayera por su mejilla y mojara los labios del muchacho.

Se separaron despacio mientras el escudo continuaba creciendo, hasta que por fin lo cubrió entero.

Entonces la tierra retumbó, acompañada por el bramido de un relámpago impactando el suelo. Saabi sujetó el mango de su espada instintivamente. Observando todo y nada a la vez. Buscando algo entre la bruma, o más bien, a alguien.

Estaba cerca, podía sentirlo. Podía sentirlo en el frío viento que le aguijoneaba los pulmones, en la calina que se alzaba por encima de la superficie y hacía que todo se viera borroso. Pero sobre todo, lo sentía en el palpitar de su propio corazón. Como si ese fuera el compás que marcaba el caminar de su enemigo. Acechándola.

Y por fin la vio. Al principio sólo se atisbaba su figura entrecortada entre la niebla, pero a medida que se acercaba, Saabi pudo verla a detalle. Las ropas que caían pesadas por su cuerpo esbelto y largo. Su andar ligero, elegante...letal.

La maga sacó su espada, aferrándose al mango con todas sus fuerzas y comenzó a murmurar:

-El cielo y el infierno se han abierto, las almas han perecido y se resguardan en mí. Que si mi sangre tendrá que bombear en tus venas, que sea para que sientas el fuego de miles de gargantas estremeciéndose al gritar: Victoria.

Las Hermanas DeltaffDonde viven las historias. Descúbrelo ahora