LA VIDA QUE LE DI A ELLA

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El dolor lo azotó de repente. Tan rápido que no fue capaz de reaccionar. Tan preciso que le obligó a sostenerse de las paredes del barco para no caer.

Abrió la boca intentando respirar, pero la garganta se le había cerrado de golpe, seguido de un ardor en el pecho.

Sekgä apretó los dientes y haciendo un esfuerzo sobrehumano se llevó la mano al cuello. Sin embargo, en cuanto quiso quitarse la gema, causante de tanto sufrimiento, ésta le dio un toque fuerte que le hizo apartar la mano.

Lo intentó un par de veces más, pero era imposible arrancarla.

El aire se le estaba acabando.

-A...ayu...da-gimió, pero la voz apenas salió de sus labios-. A...yu...

La vista se le volvió borrosa y el sudor perló su frente. Desesperado y casi sin fuerzas estiró el brazo hacia la puerta del camarote para que lo oyeran, para que lo salvaran...

Pero no logró alcanzarla.

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Sansce continuó viendo sin decir una palabra, cómo su reina mantenía la gema sumergida, como si de la cabeza de alguien se tratase, mientras  seguía musitando entre dientes:

-Llegará a los traidores.

Aunque sólo se refería a uno en concreto.

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El tierno abrazo entre Okono y Sato fue interrumpido por el estruendo fuera del camarote. Los dedos de la joven se crisparon en la espalda de su amigo e intentó separarse, pero él no la soltó.

-De seguro fue una caja-susurró sin darle la menor importancia, para continuar abrazados. Pero el momento había acabado y Okono ya había recogido la ropa del suelo para cubrirse.

-Debería revisar-se excusó Okono incómoda, abriendo la puerta, y en cuanto vio a Sekgä, inerte en el suelo,  se le fue el alma a los pies.


Las Hermanas DeltaffDonde viven las historias. Descúbrelo ahora