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He estado soñando lúcido.

El primero que tuve fue hace algo menos de un mes. Una experiencia en su momento increíble. Sentir todo tan real, pero ser consciente de que en realidad tus ojos están cerrados, recostada en tu cama, y que todo lo que te rodea en ese momento es producto de tu mente. Que en realidad tu despertador sonará a las 7 de la mañana y que el gato del vecino está maullando como lo hace habitualmente para atraer la atención de la gata que vive al frente, y que después te espera una larga jornada de trabajo. En esos días de inocente asombro aún no podía controlarlos, me limitaba a disfrutar de mi entorno imaginario. Me encontraba en un bosque al estilo japonés, con árboles más altos que cualquier edificio, y el sonido de un cercano riachuelo aplaudiendo impregnándose en mis oídos. Todo era hermoso, saben, en ese momento me dije "si esto es un sueño, entonces habrá que disfrutarlo antes que termine la noche".

Ensimismada en el casi mágico entorno que me rodeaba, empecé a explorar, encontrándome con uno que otro animal, jugando como la niña que una vez fui. Y así mis lectores, pasaron dos semanas seguidas de sueños conscientes, la mayoría eran en ese bosque en el que no se escuchaba más que la naturaleza pasiva, pero habían veces en las que me encontré en una playa desierta o una loma con vista a mi ciudad. Llegué a acostumbrarme a ello. El detalle aquí es que los tres últimos días de estas dos semanas escribí mis sueños tal y como me los sabía al apenas despertar, pues todo lo que les he narrado hasta ahora mis drugos (soy fan de La Naranja Mecánica) son sólo vagos recuerdos del entorno que una vez mi mente me regaló. En esas escrituras simplemente tengo todo con más detalle, como el animal que vi, el aspecto exacto de algo, o incluso algún pensamiento mío en cierto momento. Esos tres últimos días fueron en los que más me dolió la mano por escribir tanto en tan poco tiempo, recaudando la mejor —y mayor— información posible. Dicen que más de la mitad de tu sueño se olvida a partir de los cinco minutos de despertar, he ahí mi razón. Los atormentaría y aburriría si publico mis manuscritos, es por eso les estoy relatando esta versión resumida. De hecho, quizá mi historia hasta ahora les resulta aburrida, queridos lectores, y son liebres de irse si quieren (¿entendieron? Puse "liebres" en vez de "libres", a mí me causó gracia).

Lo consiguiente a este suceso fueron tres días normales. Y cuando digo normales, me refiero a que no soñé ni con una mosca. Se preguntarán qué me habría pasado, y de por qué mi mente ya no producía sueños lúcidos. Les diré la verdad: ni yo misma lo sé. Había llegado a extrañar tal experiencia convertida en hábito, causándome un ligero sentimiento de melancolía que no me permitía trabajar del todo. Fueron dos semanas, catorce días exactamente, en los que visité paisajes preciosos en donde nadie era interrumpido, capaces de callar al silencio, de tranquilizar a la tortuga, y de hacer reflexionar al sabio. Fue una melancolía que hacía que durante el almuerzo me rasque la cabeza y clave la mirada en el color de la comida, preguntándome si algún día volvería a tener un sueño lúcido de nuevo. La noche del 18 de febrero caí profundamente dormida en el sofá de mi casa, evitando así infantilmente el trabajo que aún no terminaba de hacer.

Ahí empezó todo, mis lectores.

Sueños lúcidos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora