Capítulo 1.

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NOTA ACLARACIÓN: La historia no se desarrolla en 2016, sino en el presente. Se intercalan episodios del diario y episodios actuales para comprender la trama de la historia.

Querido diario:

12 de Julio del 2016.

Hoy conocí un chico. Tiene de piel clara, y tiene los ojos de un color miel que me han hecho temblar. Estaba sentado en el Downtown revisando Twitter, cuando he ido a atender su mesa. Ha mirado la placa que llevo colgada con mi nombre y me ha sonreído. Se le ha formado un pequeño hoyuelo al hacerlo, y ha levantado ligeramente una ceja. Tiene unas pestañas muy bonitas, y una barba de unos días ligeramente más oscura que su pelo, castaño. Ha pedido un café americano.

Mientras lo hacía, me ha mirado directamente a los ojos. Me he puesto tan nerviosa que se me ha caído el bolígrafo. Lo he intentado disimular, pero creo que no ha funcionado.

Seis minutos más tarde le he llevado el café, con mucha firmeza. He conseguido no derramarlo, y dedicarle una sonrisa al ponerlo en la mesa. Me ha sonreído de nuevo, y ha vuelto a mirar su móvil. Ha estado sentado unos quince minutos después de terminar el café. Cree que no me he dado cuenta, pero estaba esperando a pedirme la cuenta. A mí. Pero eso no ha sido posible, porque estaba detrás de la barra sirviendo unos dulces. Pasado ese tiempo, se ha levantado a la barra, donde yo estaba, y me ha dado un euro y veinte céntimos, exactamente lo que cuesta el café, y sin decir nada más, se ha marchado.

No he podido olvidar esos ojos en todo el día.


Querido diario:

15 de Julio del 2016.

El chico ha vuelto. Se ha afeitado, pero eso no deja de hacerle atractivo. Se le marca la mandíbula mucho más de lo que recordaba. Al verle entrar, he dejado un margen razonable de unos tres minutos para ir a atenderle.

Me ha mirado, y con una voz entre dulce y ronca, me ha dicho: "Pau, qué bien verte. Un americano, por favor." Tengo que confesar que me han temblado las rodillas al escuchar mi nombre de sus labios. Me he hecho un favor, y he mantenido la compostura. Regina, mi jefa, se molesta con cada error que cometo. La última vez, por romper una taza cuando un cliente me empujó, me amenazó con despedirme. Creo que no está muy contenta conmigo, a pesar de que siempre llego puntual y soy muy amable con los clientes. Intento no darle mucha importancia y no cometer el más mínimo error.

Amanda, mi compañera, tuvo que darme un par de toques en el hombro para devolverme a la realidad. Me había quedado mirando a la nada  y había perdido de vista el mundo real. Esta vez, al llevarle el café, no me ha dicho nada. Pensé que se había molestado por la tardanza, pero cuando le llevé la cuenta, sonrió como normalmente.


Querido diario:

20 de Julio del 2017

Lleva viniendo todos los días desde que escribí por última vez. Siempre hacemos lo mismo. Yo le atiendo mientras me sonríe y me tiemblan las rodillas, pide un americano, yo se lo llevo. Me dice "Gracias, Pau", mientras vuelve a sonreírme. Luego, le llevo la cuenta y siempre paga en metálico, y justo lo que cuesta. Acto seguido se va.

Hoy algo cambió. Al pagar, lo hizo en un billete de cinco. Y al meterlo en la caja, me he dado cuenta de que tenía un número escrito, que he supuesto, sería suyo. Me he quedado el billete y lo he sustituido por uno que tenía en la cartera sin que nadie me viera, para luego coger el cambio, exactamente tres euros y ochenta céntimos. Cuando le he entregado la vuelta, no le he hecho ver que había descubierto su número en el billete. Se ha mostrado un poco decepcionado, pero rápidamente ha vuelto a sonreír como siempre hace y se ha marchado un poco más lento de lo habitual, mirando sus redes sociales. Al cerrar la puerta del local, ha echado una mirada hacia atrás, cosa que nunca hace.

Esto sucedió antes de mi descanso de las 12, que consta de 15 minutos para sentarme, despejarme y volver al trabajo. He estado a punto de hablarle, pero me he autoconvencido de que lo mejor era esperar hasta el final de mi turno. No quiero parecer desesperada, así que cuando el reloj ha dado la 1:30 de la tarde, he guardado mi uniforme en mi taquillero y he cogido lo más rápido que he podido el autobús de vuelta a casa. Una vez sentada en mi sitio de siempre, tercera fila en la derecha pegada a la ventana, me he decidido a guardar su número y a mandarle un WhatsApp. Aunque no ha sido tan rápido como creía.

Después de unos cinco minutos mirando fijamente el teclado, he decidido escribir: "¿Un americano?" seguido de un emoticono de un guiño. Al enviar el mensaje, he sentido pánico por un momento.

El sonido de notificación me alertó de un mensaje. "¿Quién eres?"

Una profunda y enorme decepción se apoderó de mi cuerpo. Debía haberlo sabido. Borré el contacto mientras una tímida lágrima se me escapaba, aunque sólo fue una. Realmente, era un cliente, nada más.

¿...y si no?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora