Capítulo 3.

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20 de Marzo del 2017.

Ansiedad, eso es lo que siento. Un vacío terrorífico se cierne sobre mi cabeza, y los malos pensamientos se repiten una y otra vez en mi mente.

"No puedes", "no eres suficiente", gritan mis voces. "Inútil", "desagradecida", "¡no puedes!". Y risas, muchas risas.

Noto cómo mi pecho se cierra. Cómo siento un nudo en el estómago, y tengo la sensación de que alguien me estuviera agarrando del cuello. Y asfixiándome, lenta y dolorosamente.

Sigo oyendo las risas y comienzo a sentir mucho frío. A la vez estoy sudando, y tengo unos temblores que amenazan con hacer que mis rodillas fallen. Y lo consiguen. Consigo refugiarme debajo del escritorio, aunque eso no impide que las voces sigan gritándome a su gusto. Siguen, y siguen, y siguen... y frío.

Cada vez se me hace más difícil respirar, siento la presión en mis pulmones, y un zumbido en mis oídos. Luego vienen las arcadas, sé que voy a vomitar. Me levanto del suelo como puedo, agarrándome sin fuerzas a los muebles del dormitorio. Sólo un pasillo corto me separa del cuarto de baño. Si fuera siquiera tan sencillo...

Sigo temblando, como si no hubiera un mañana. Un dolor agudo me hace darme cuenta de que llevo mordiéndome el labio todo este tiempo. Probablemente me haya hecho sangre de la presión con la que lo estaba haciendo, pero en el momento en el que dejo de apretar, deja también de dolerme.

En medio del pasillo, noto la visión borrosa. Los pulmones me arden, y abro la boca para coger aire, consiguiendo simplemente emitir un sonido gutural y extraño, que no consigue su objetivo ni de lejos. Mis rodillas dejan de funcionar. Se tambalean y una se dobla, haciéndome caer en peso muerto. Y negro, luego todo es negro.

21 de Marzo de 2017.

Cuando recupero la consciencia, mis ojos no son capaces de acostumbrarse a la luz que hay fuera, así que me resigno a mantenerlos cerrados mientras palpo a mi alrededor. Trato de abrirlos lentamente en un intento desesperado de averiguar dónde estoy, y me encuentro en medio de un charco de vómito y sangre reseca casi al final del pasillo que separa el cuarto de baño de mi dormitorio. Me pongo en pie lentamente y siento un dolor agudo en el tobillo, aunque lo ignoro para dirigirme a la ducha.
Me siento en la bañera y abro el agua caliente. Con la alcachofa, lavo mi piel y me froto con una pastilla de jabón de naranja, que consigue evadirme por un momento de la realidad. Luego, me enjabono el pelo y lo aclaro.
Muy despacio de nuevo, debido al creciente dolor de mi tobillo, me seco el cuerpo a toquecitos, descubriendo así moretones en mis costillas, piernas y brazos.
Dudo si mirarme al espejo, pues no estoy segura de poder soportar la imagen que vea en él. Finalmente, lo hago. Mi reflejo muestra un maquillaje totalmente emborronado en una piel salpicada por motas rojas producidas por la presión, aparte de unos ojos hinchados de llorar. Mi pelo, empapado, me termina de dar un aspecto lúgubre.
Lleno el cubo de la fregona de agua y le echo detergente. A duras penas consigo arrastrarlo hasta el lugar del crimen, que ahora he de fregar.

Una vez terminada esa tarea, me aplico una crema en los moratones y, dado el dolor que siento en el tobillo, decido llamar un taxi para ir al hospital a que lo miren.
El taxista no hace preguntas cuando le pido que me lleve al hospital, y no me cobra el trayecto. Un pesado silencio se hace cuando atravieso las puertas de urgencias, y todos me miran como si fuera un pobre animalito.

—Por favor, creo que necesito una radiografía. He tenido una caída y me duele muchísimo el tobillo.
—Claro, espera un momento que te doy el volante y siéntate en una silla de ruedas, mi compañera te acercará a la sala de espera.

El mismo silencio cuando entro a ésta. Me pongo a jugar a mi juego, Pixel People, mientras espero mi turno. Repentinamente noto que mi silla se mueve, y al girarme veo a un médico. Me sonríe y me lleva a otra sala.

—Hola, soy el doctor Prescott. ¿Qué te ha pasado? Veo que tienes muchos moratones.
—Lo importante es que no puedo apoyar el pie. ¿Podría echarle un vistazo? Eso, y dejar de mirarme con pena. Estoy harta.

El médico se sobresalta un poco, pero se levanta y examina mi pie.

—Creo que tienes un esguince importante. ¿Me podrías decir qué ha pasado? ¿Ha sido tu pareja?

Suelto una risa amarga que él parece no comprender.

—Ha sido más bien su recuerdo.

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⏰ Última actualización: Jul 14, 2017 ⏰

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