CAPÍTULO 07 | Lámpara incandescente

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BRADLEY

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BRADLEY

Sé que piensas que soy estúpida. Yo también lo pensaba cuando tenía quince años y escapé de casa para vivir con mi abuela. No fue un escape realmente, ni siquiera tuvo su gracia, pero el problemón que significó más tarde podría clasificarse como el verdadero desastre de haberme escapado. En fin, hablaba de lo estúpida que resulto actuando como una supuesta líder dentro de un ambiente en el que ni siquiera sé si soy capaz de moverme. Resulta curioso cómo las personas suelen saber criticar pero no ponerse en el lugar de a quien critican. No estoy hablando de ti, hablo de mí.

Me resulta sencillo ser prejuiciosa la mayoría de las veces, es como si lo hiciese mientras respiro. Por ejemplo, creo que Heather, en pocas palabras, es una verdadera perra. ¿Por qué? Pues porque no intenta entendernos. Tengo miedo, mucho miedo, y demasiadas preguntas en mi cabeza, caras que evito y una historia que se repite y se repite por más que ya la haya superado.

Recuerdo lo que una vez le pregunté a mi abuela.

—¿Crees que es del todo necesario olvidar a alguien cuando, sin más, se va?

Y recuerdo que ella no se acercó a mí. Nunca lo hacía. Se limitaba a echarme una de sus típicas ojeadas en plan «bésame las nalgas y déjame ser, niña preguntona» y luego se iba. Ese día no fue la excepción. Y me enojó bastante, porque a pesar de todo lo que estaba sucediendo, yo parecía ser la única en esa casa que intentaba tomárselo en serio. A la hora de la cena, subí a mi cuarto e intenté evitarla, así que ella entendió que tenía que responder. Y subió para hablar conmigo, o eso me gusta creer que esperaba hacer. Sin embargo, se plantó en el umbral de mi puerta y se dedicó a observarme como si se estuviese preguntando en qué momento llegó ahí.

—¿Vas a dejarme comer, abuela?—le había espetado.

Tener quince años y una visita indeseada no ayudaba al momento.

Si es que sabes de qué estoy hablando.

—¿Qué era eso que me habías preguntado hoy?—inquirió, sin siquiera moverse.

Puse los ojos en blanco. Estaba acostada en mi cama, con la bandeja y el plato de quién sabe qué comida a un lado. Observé a la anciana que tenía apoyada en el umbral y me pregunté qué hacía yo ahí. Por qué quería vivir con ella si ni siquiera nos llevábamos bien. Supongo que se debía al miedo que sentía al ver a mis padres llorar.

—Que si crees que... es necesario olvidar—murmuré, como si le restase importancia al hablar más despacio.

Mi abuela me escuchó perfectamente, y negó con la cabeza.

—No—dijo de todas formas—. No siempre se trata de olvidar, Bradley. Algunas veces también se trata de aprender a vivir con ello.

Dos años más tarde, sigo intentando hacerlo. En realidad es como si el tiempo no avanzase, o como si yo me hubiese estancado en el pasado, en una noche, en una habitación. No lo sé. No me gusta mucho pensar en eso y, en definitiva, no me gustaría enfrentarlo.

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