Miró al techo de hormigón de aquel gimnasio. No sabía qué echaba más de menos, si a su novia o que las aspas de aquel ventilador empezasen a girar ¡Era Junio, por el amor de Dios! Una cosa era economizar y otra aquello.
Allí estaba Héctor tumbado en aquel banco de cuero azul, levantado aquella barra con cincuenta kilogramos a la altura del pecho.
- Ocho, nueve... Diez...
De sus pronunciados bíceps y pectorales embadurnados por el sudor proliferaban venas a causa del excesivo esfuerzo. Una vez hubo terminado colocó la pesa en su sitio.
En aquel preciso instante entró en el local una mujer de cabellos negros y rizados, ojos tallados en esmeralda, prominentes pechos y una silueta que sólo podría haber diseñado la mismísima Afrodita.
La siguió con la mirada, jamás la había visto por allí. Ella se percató de que él la miraba y reveló su rostro al girar la cabeza. Sus ojos no eran lo único que llamaba la atención: Sus labios, unos labios que disparaban la imaginación de Héctor, que la pensaba utilizándolos para algo más que un beso apasionado.
Cruzaron miradas, y como si tuviese miedo a que descubriese qué pensaba, el chico la retiró rápidamente y siguió con el ejercicio de pectorales.
- Es increíble... - Pensó.
- Olvídate. - Intervino una voz amenazante.
Héctor miró hacia su derecha y encontró a un hombre que a pesar de no ser de raza enana, su estatura no superaba el metro con treinta, de los cuales, los treinta centímetros sobrantes del metro pertenecían a su cabeza: una esfera imperfecta que albergaba dos ojos azules como el cielo y labios del tamaño de una canoa.
- Joven, no tienes nada que hacer.
- ¿Y tú de dónde has salido? - Preguntó Héctor.
- Soy Aureliano, no olvides mi nombre.
Aquel peculiar individuo portaba un chándal fluorescente de color naranja. Probablemente era para que los demás pudiesen advertir mejor su presencia y no pisarle. Partió con la cabeza alta hacia los cuartos de baño.
- Deberían de acondicionar alguna zona poniendo una piscina de bolas o un sitio donde jugar a los muñecos a este tipo de personas.
Imaginó a Aureliano en una piscina de bolas y no pudo evitar reírse.
Cuando fue a buscar con la mirada a aquel nuevo amor platónico la encontró a su izquierda haciendo sentadillas. Aquel escote y aquel movimiento tan sugerente eran una tortura.
Salió del gimnasio. Se dirigió a su pequeño apartamento, donde vivía con Lucía, su entonces novia. Introdujo la llave.
Escuchó gemidos.
- ¿Qué demonios? - Pensó él con el corazón en un puño.
Avanzó cautelosamente hacia su habitación. Allí estaba ella, sobre la cama a cuatro, siendo embestida con violencia por un individuo de cabellos rubios y ojos color cobre.
En aquel instante sintió cómo la oscuridad consumía todo su ser absorbiendo un energía. Respiró hondo. Abrió la puerta. Al verle, Lucía se tornó aun más pálida. La mirada de Héctor era fría. Alzó el brazo y señaló la puerta.
- No... - Gimió Lucía.
- Sí.
El amante en un abrir y cerrar de ojos estaba vestido y saliendo del domicilio. Entonces ella comenzó a reírse involuntariamente.