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Se encontraba el ojinegro tumbado en su cama, con sus auriculares puestos, tanteando con los dedos al aire las notas invisibles, con la mirada fija en el techo, cómo envuelto en su propio mundo, sintiendo con cada parte de su cuerpo, cada nota, cada acorde, que para sí iba imaginando.

Cerró sus ojos y se imaginó a sí mismo, en la mira de miles de ojos, expectantes, deleitándose con su música y abrumándolo de aplausos.

Sin duda sentía con pasión la música, cómo comer una buena comida, ver una buena serie, el disfrutaba cada melodía que sacaba en su instrumento, se le hinchaba el pecho y dejaba todo fluir. También tocaba para desestresarse, cuando estaba triste, agobiado, esa era su mejor cura.

Puede parecer exagerado, pero así era cómo Tom lo veía.

El castaño vivía en un departamento de espacio mediano, con una habitación, un baño, la sala de estar, y la cocina. Espacio suficiente para él y su música.

Cuándo Tom tenía pocos días de nacido, fue abandonado en un orfanato. 

Años después, fue acogido por un matrimonio, donde logró adaptarse con facilidad.

Actualmente vive solo en el apartamento, debido a sus estudios, tuvo que mudarse a otra localidad para poder asistir al colegio sin tener complicaciones con la locomoción, pues su casa quedaba en las afueras de la ciudad y se demoraba casi una hora en llegar allá. Era un pequeño sacrificio que tuvo que hacer. El alquiler le alcanzaba lo suficiente, para comprar con el dinero restante sus materiales, colación y demás, no se podía dudar que llevaba una buena vida.

Sus "padres" a los que él no se le acomodaba llamar como tal, lo sustentaban, y cada fin de semana lo llevaban de vuelta a su hogar. Ambos estaban orgullosos de su hijo y lo querían cómo tal. No se podía quejar.

Su madrastra, Nora, que él prefería llamar Nona, trabajaba en una tienda de mascotas y vendía todo tipo de productos para animales. Mientras su padrastro, trabajaba para una gran empresa inmobiliaria, es por eso que nunca les falto comida en su mesa. No es que sean millonarios ni nada por el estilo, pero de que llevaban una buena vida, nadie se lo podía negar.

Tom, volviendo a la realidad, se quitó los audífonos al escuchar los maullidos de su gato, Nemo, un hermoso gato negro, que por esas casualidades de la vida fue hallado y rescatado de la peligrosa mano del hombre. El gato se subió a la cama, era la señal de que tenía hambre. El ojinegro se levantó y caminó a la sala, un sábado por la mañana, el ambiente estaba tranquilo, demasiado a decir verdad. 

Era fin de semana, por lo cual esos días correspondía volver a la calidez de su hogar. Bueno, pues esta vez no sería así. 

Ese fin de semana Tom le había pedido a sus padres quedarse, pues invitaría a sus amigos, de los cuales más adelante hablaré, a su departamento, una pequeña junta, ver películas y ese tipo de cosas, que usualmente hacen una vez al mes.

El castaño miró por la ventana, nublado. El día era de esos que te dan ganas de beber un delicioso té, quedarse en cama o disfrutar de un buen libro. Esos días para Tom significaban un buen rato a solas, él y su piano.

Se acercó a un mueble blanco, y sacó la comida del gato. Le sirvió un poco, este agradeció con un ronroneo y una caricia. Tom se acercó y comenzó a acariciarlo mientras este comía.

Sonrió y se paró, rumbo al piano. Buscó alguna pieza que tocar, en la cima de partituras que poseía. Encontró varias, y escogió la más básica, una que se sabía de memoria. 

No es que Tom sea un profesional, pero al menos se sabía varias piezas y las interpretaba cómo tal.

La pieza se llamaba, The Days That'll Never Come, del artista que admiraba bastante, Yiruma.

Comenzó a tocarla, poniéndole sentimiento a cada nota, moviendo las muñecas cómo olas, disfrutando de la suave melodía. Se trabó un par de veces, pero en general, fue una buena interpretación.  

Estaba en medio de otra pieza, cuando su celular comenzó a sonar. 

Tomó el celular y miró la pantalla, Nona.

- Hey - Dijo Tom al contestar.

- Buenos días Tomy, ¿que tal tu mañana? - Comenzó a hacer las típicas preguntas la señora al otro lado de la línea.

- Normal, cómo siempre. ¿Necesitabas algo? - Se apoyó encima de la mesa del salón y comenzó a mirar distraído a su gato.

- Nada, sólo quería saber cómo estabas y si necesitas algo, ya sabes, si quieres puedo ir allá a dejarte comida y eso. - Se escuchaba cómo atrás de la línea sonaban ollas y platos siendo rotos.

- No te preocupes Nona, estoy bien, ya llegará Edd y Matt, de seguro ellos traen-

- Espérame un segundo -  Lo interrumpió. - ¿¡Qué te dije!? ¿¡Que te dije con tocar el pastel!? Fuera, fuera, sal de mi cocina. - Se escuchó por el teléfono a lo lejos.

Tom no evitó el reírse y que se le hiciera agua la boca en pensar en los pasteles de su madrastra, que por cierto, no mencioné lo hábil que era esta en la cocina, y en los miles de platillos que siempre recibían el elogio de Tom.

- Ya.- Se escuchó de vuelta. - ¿Aló?

- ¿Todo bien por allá? - Preguntó un Tom sonriente.

- Todo bien, todo correcto. Te llamo más tarde cariño, tengo unos asuntos urgentes en la cocina en este momentito.- Dijo media agitada.

- Hablamos luego. - Le respondió soltando una risita.

- Adiósssssss - Alargó la s y se escuchó como dejaba bruscamente el celular en la mesa, se oyeron unas risas y gritos por detrás.- VEN PARA ACÁ VIEJO C- - Y Tom colgó. 

Todo muy casual.

Después de la especial y para nada inusual llamada, el castaño se dispuso a hacer aseo. 

Ordeno su pieza, el salón, cocina y baño, como acostumbraba a hacer casi a diario, se podía decir que en ese aspecto era bastante hacendoso. 

Luego de terminar las tareas del hogar, comió un poco y se tiró al sofá a leer.

"Las ventajas de ser invisible", decía el título. 

"Sólo dime cómo ser diferente de una manera que tenga sentido. Para que todo esto se vaya. Y desaparecer"

Iba leyendo, hasta que todo se volvió negro, y se encontraba en el sillón un Tom dormido.

Melodies • Tomtord Donde viven las historias. Descúbrelo ahora