Kamping II

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Nunca me había planteado morir de resaca.

Aún me retumbaba la caja en las costillas. Los rayos de sol iluminaban mis párpados cerrados.

La noche anterior habíamos sacado el colchón hinchable de la tienda de campaña, nos metimos en los sacos y caimos dormidos mirando el firmamento.
Las estrellas se movían tan deprisa...
Y esa niebla.

Por la mañana en cambio, el Sol brillaba. Los pájaros cantaban y nuestros vecinos Iraníes nos invitaron a café. Turbio les compró un Hofmann original de Amsterdam.

Había un ciego en el festi. Siempre iba sujeto por una persona y un palo que le ayudaba a orientarse.
Observé como se acercaba dando pasos torpes y diminutos. Nuestros vecinos le pusieron varias gotas de lsd en la lengua. El inválido pagó y se fue con los ojos muy abiertos y la sonrisa amplia.
Realmente parecía capaz de ver.

Compramos pastel espacial y nos comimos dos porciones. Meditamos en silencio, escribimos canciones y leimos el libro tibetano de los muertos.

Aquel día volví a escribir en mi cuaderno.

Aquel día volví a quererlo todo.

Aquel día tuve que volver a abandonarlo.

Aquel día murió una chica.



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