Insomnio.

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Lo único que se escucha en la habitación es el rechinar del ventilador de techo. Aun en la obscuridad de su cuarto puede verlo dando vueltas sobre él.

¿Alguna noche caerá sobre mi? Es posible pensaba sin dejar de mirarlo.

Esa idea rondaba su mente cada noche, extrañamente era lo que lo jalaba hacia el sueño en estos últimos meses. Pero había dejado de funcionar hace un par de días, o al menos así lo sentía.

Con un enorme suspiro, se levanto de la cama resignado. Sabia que no iba a dormir, su cuerpo estaba demasiado despierto como para quedarse dormido. Había intentado de todo para lograr una buena siesta durante la noche, pero no había funcionado. Desde correr un par de kilómetros en la tarde, tomar té para relajarse, trabajar todo el día en la casa e incluso masturbarse para lograr dormir.

Todo absolutamente en vano. ¿Qué demonios estoy haciendo con mi vida?

Su cuerpo se negaba rotundamente a quedarse dormido o a permanecer así. Había mal gastado sus noches aprendiéndose su casa de memoria, podía moverse por toda esta y ni siquiera chocar con algún mueble.

Bajo con las escaleras con las luces apagadas ... Siete, ocho, nueve... Contaba mentalmente hasta que tocaba el doceavo escalón y así llegar a donde empezaba la sala.

Se sentó pesadamente sobre el sillón y otro suspiro de resignación salio de entre sus labios.

En la sala no se estaba tan a oscuras que en su cuarto, así que prefería estar ahí que en otro lado. Aun desde la sala, aun podía escuchar el rechinido del ventilador, las desventajas de no tener puerta en su habitación; una simple cortina y ahí acababa toda su privacidad.

El rechinido continuaba y cada vez lo frustraba más. Cerro los ojos un momento para apreciar más panorama de sonido, y al instante odio haberlo hecho. Ahora no era sólo el rechinar del ventilador, también estaba el crujir de los muebles a su alrededor, el grillo que estaba a lo lejos, el golpeteo de las gotas que se fugaban del grifo y un insistente tum tum que parecía provenir de su cabeza.

Quería gritar, decirle a todo el mundo que se callara y lo dejara descansar. Apretó los nudillos con fuerza y pudo escucharlos tronar, aumentando sus ganas de golpearlos contra la pared como si esta tuviera toda la culpa. Tomó bastante aire y lo dejo salir en un grito silencioso, podía sentir su garganta arder y sus oídos chirrar ante aquel agónico silencio de su cuerpo.

— Necesito silencio. – había deseado que su voz saliera baja, pero ante al aparente silencio de la noche, se había escuchado más fuerte de lo que quería.

Y así fue. Se hizo el silencio. No más crujidos, no más grillos, no más gotera, no más rechinidos....

Espera un segundo...

Por más que quisiera silencio a su alrededor, el ventilador no se callaría a menos de que lo apagasen, la gotera no se arreglaría sola y lo muebles no dejan de crujir sólo porque si.

Abrió los ojos y lo único que podía era su propia respiración, podía sentir su cuerpo frío por el pánico que se apoderaba de él y lentamente paseo la vista por el lugar, agonicamente callado como su grito.

La vida de N. C. Sperver Donde viven las historias. Descúbrelo ahora