parte 1

4.4K 554 28
                                    

Su día iba de mal en peor. Tenía que buscar a su hermanita en la academia de danza que asistía pero el bus tardaba en llegar...¡Y llegaba diez minutos tarde!
Su padre lo mataría por dejar a "la princesa Nakamoto" esperando en la calle. (Así se hacia llamar la niña de tan solo trece años de edad). Para colmo, moría de hambre. Deseaba estar en la cafetería frente a la estación de autobuses, donde se podía notar el ambiente cálido del lugar y tomar un capuchino acompañado con medialunas. Pero no, se encontraba afuera, con una enorme parca resguardándose del frío. Además, en el cielo se podía notar como una tormenta de nieve amenazaba con caer.
Gracias a sus plegarias, el autobús llegó, pero, (siempre había un "pero") viajó de pie.
Yuta supo que su suerte no iba a cambiar cuando el autobús se detuvo a causa del tráfico.
Pensó en su pequeña, esperaba que se haya traído abrigo así no pasaba frío, ya que en épocas navideñas era cuando más se sentía el invierno. También maldijo mentalmente a su madre por mandar a Mei a una academia en pleno centro.
Bajó del autobús y corrió tratando de no golpear a nadie en el trayecto. Miró su reloj y ya habían pasado veinte minutos desde que habían terminado las clases de la niña. Se sentía el peor hermano del mundo. Aunque estaba libre de culpa ya que su madre fue quien le avisó de improvisto.
La noche ya estaba cayendo en Seul y él por fin llegó al aclamado lugar.
Era un gran edificio de color blanco y en el frente había un cartel que en letras rojas decía "SM academia de danza". Este estaba iluminado con focos debido la oscuridad de la noche.
Entró por las puertas corredizas y se acercó a la muchacha que estaba detrás de un mostrador con unos papeles desparramados en dicho lugar. Preguntó por Nakamoto Mei pero sólo recibió un gesto con sus manos, dándole a entender que espere.
Pero él no podía esperar. Ya había pasado por malos ratos este día que creía que otra cosa más no podría aguantar.
Vio que el ascensor del lugar estaba en un piso demasiado alto como para esperarlo así que optó por usar las escaleras. Después de todo, ni siquiera sabía en qué piso practicaba su hermana danza clásica.
En el primer piso encontró a adolescentes bailando hip-hop, en el segundo piso a niñas guardando sus zapatitos de baile en sus mochilitas pero eran demasiado pequeñas como para ser la clase de Mei. Ya se estaba hartando y se sentía exhausto por subir las escaleras con demasiada velocidad.
Llegando a rastras al tercer piso, no escuchó música, lo que se le hizo bastante extraño.
Un quejido de dolor proveniente del salón interrumpió sus pensamientos. Imaginando la peor situación, corrió hacia la entrada.
La luz era tenue y el espejo era el más grande que había visto en su vida. En el suelo, un chico de cabellos oscuros se sostenía la rodilla con fuerza y su mirada se encontraba en el suelo. Al acercarse más pudo ver la sangre que provenía de ahí.
Rápidamente sacó el pequeño kit de primeros auxilios que su madre siempre obligaba a llevarlo en su mochila en caso de emergencia.
—Dejame ayudarte por favor, esa herida no se ve bien.
El chico herido levantó su rostro y Yuta no supo cómo describir lo que sintió en ese momento. Los ojos húmedos del chico le hicieron doler el pecho. Un deseo de protección había nacido en su interior, tenía ganas de abrazarlo y de decirle que todo iba a estar bien.
Sus manos se volvieron torpes en el momento de desinfectar la herida, lo que causó que al chico, el cual desconocía su nombre, se le escapara una pequeña risa.
¡Qué dulce era! Yuta pensó que podría oír esa risa todo el tiempo y jamás le molestaría.
Terminó con su trabajo y guardó sus cosas.
—Muchas gracias —dijo el chico, y por su forma de hablar, dejaba en evidencia que era extranjero. —Soy Sicheng.
—Yo soy... —el sonido de su teléfono lo interrumpió.
Era su madre, avisándole que su padre llegó temprano y había ido por Mei, que no había necesidad de ir por ella. Volvió a maldecir mentalmente por segunda vez en el día y colgó.
Volvió a mirar a Sicheng y dijo:
—Nakamoto, Nakamoto Yuta.
—¿Japones? —preguntó.
—Bingo —dijo y Sicheng volvió a reír.
El japones pensó que la risa de Sicheng desde ahora sería su favorita.

protect you • yuwinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora