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Su rostro ya estaba pálido, como si hubiera visto un fantasma, aunque hubiera preferido eso a notar como llegaba al final de la escalera eléctrica, donde no tardó en notar que su ruedo costoso le daba igual.
En el momento en que decidió tratar de quitarse por completo su pantalón, sin importar llegar únicamente con boxers a su casa (precio ridículo, pero que no le importaba pagar con tal llegara vivo), su cédula calló en uno de esos escalones de hierro junto con su billetera. «Esteban Méndoza» decía bajo el amarillo, azúl y rojo, aunque muy lejos de ser familiar de Lorenzo Méndoza, porque si lo hubiera sido alguna vez su sueldo habría sido más decente de lo que era; el vello de la nuca se le erizaba sólo con pensar que ese nombre, su nombre, el que su madre le había puesto hacía cuarenta y ocho años, aparecería la mañana siguiente en los periódicos por una muerte ridícula y terrorífica.
Intentó halar por última vez su pierna para, aunque fuera muy difícil en esas circunstancias, quedar sano y salvo, porque si no vivía no podría usar pantalón, aunque irónicamente esa noche por salvar su pantalón ya no viviría.
Esfuerzos en vano y gritos desgarradores concluyen la triste historia de Esteban Méndoza y las escaleras eléctricas.
Lo último que logró ver el empleado de La Polar fueron los metálicos y brillantes dientes del rellano de la escalera. Lo último que sintió fue sencillamente indescriptible, pero horroroso, sin lugar a dudas.
Nadie asistió a su funeral porque no hubo tal, ya que su cuerpo nunca fue encontrado, pero los únicos que pueden justificar la muerte del empleado de la Polar son Jhonayker y Alexander, que al otro lado de la calle notaron como las luces de la estación se apagaron y el portón gigante que deba paso a la estación Artigas bajó sin explicación alguna, con el pobre hombre, o lo que quedaba de él, solo y gritando adentro.
Hasta para ellos se les había hecho tétricamente extraño que el metro continuara abierto aquellas horas de la noche.
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Escaleras Eléctricas
Mystery / ThrillerLas escaleras están hambrientas, muy hambrientas, y ante su macabro deseo de comer no se impondrá nadie.