II

84 14 6
                                        

2

—¡EPA! ¡Parate ahí!—ordenó aquella voz, como sedienta de ayuda y horas para dormir.

Esteban se detuvo. Hubiera preferido bajar sin pausa las escaleras que le permitirían estar más cerca de su hogar que quedarse charlando con alguien a media noche; alguien que en el fondo no quería charlar precisamente.

Se dio media vuelta tratando de verse amigable, pero también como un trabajador fracasado que no ganaba nada, así su maletín lo contradijera. Al voltear, vio de quien provenía la voz que lo había hecho detenerse, cosa que, como se lo había imaginado antes, no lo calmó.

Frente a él estaba un joven delgado, con camiseta blanca, opacada por la oscuridad de la calle a tal hora; pantalones blue jeans y zapatos, zapatos que no podía ver con nada de claridad, pero que debían costar mucho dinero. Su piel era como corteza de árbol, aunque hubiera mucha penumbra también eso lo podía notar. Y aunque sus nervios eran mayores que las ganas de analizar el estado físico de aquel joven, esa sería una imagen que no olvidaría de toda una noche que tampoco podría olvidar, porque en ella se quedaría su vida.

—¿Yo?—interrogó Estaban.

—Si, tu. No veo a nadie más.

—Ja, ja, ja. Si es marico—musitó otra voz en tono zumbón, proveniente de otro muchacho sobre una moto, más atrás.

—Dígame—respondió Esteban tratando que su voz no sonara temblorosa.

—¿Sabes dónde queda el KFC, mano?—preguntó el joven que lo había detenido.

—Sí—respondió Esteban a la interrogante suicida para muchos latinoamericanos: "¿Dónde queda...?"—. Es ese que está ahí al frente. Mire, ahí está el cartel. Pero ya está cerrado—dijo mientras señalaba el cartel rojo y sin electricidad de KFC.

—Bueno. No importa, mano. Gracias.

Esteban se dio media vuelta y comenzó a caminar de nuevo, aliviado y feliz; no le había ocurrido nada y había «ayudado» a alguien. A su pensar, la muerte y la violencia se habían aliado para realizar una estrafalaria rifa; rifa donde cada persona tenía un número. Afortunadamente no había resultado ganador..., al menos de forma momentánea.

No obstante, volvió a escuchar la aguda voz del muchacho que le había hecho detener su paso anteriormente, cosa que lo interceptó como un choque de tren a su estado de ánimo:

—¡JA, WENO!—exclamó—Trabajas en la Polar, el mío.

—Sí—respondió Esteban riendo falsamente, pero con más miedo que antes—. ¿Cómo sabe?—preguntó lo más simpático posible, no quería mostrar rabia o nervios por la pregunta.

—Tu camisa, mano. Tu camisa te delató. ¡Hablale ahí, Alexander!

Súbitamente, de la moto detrás de aquél muchacho que buscaba un KFC a las once de la noche, se bajó ese otro joven que lo había llamado, en un intento fallido de burla discreta,  «marico». Estaba vestido igual que el anterior pero con una gorra vinotinto.

—¡Sisa, Jhonayker!—dijo.

Al parecer el muchacho con gorra tenía por nombre Alexander y el joven con hambre que trasciende las horas Jhonayker.

Esteban se sentía estúpido y al mismo tiempo odiaba su celeste camisa con el logo de la Polar. Como había imaginado: su trabajo empeoraría todo, pero no exactamente como había creído que pasaría.

—¡Hablaleee! Mira, ¿y conoces a Lorenzo Méndoza?—preguntó Jhonayker.

—No—respondió Esteban fríamente.

—No vale, que chimbo. Si algún día lo ves le encargas unas cervecitas y nos las tomamos entre todos—dijo Alexander, riéndose de lo que él mismo había dicho.

Esteban también rió, sin ánimos, pero lo hizo.

—Mira y... ¿Qué tienes en el maletín?

—¿El maletín?

—Si, coño. El maletín—gruñó Jhonayker.

—Bueno... papeles...  papeles. Nada más—respondió Esteban teniendo desmayarse.

—Ahh. ¿Papeles?

—Si, papeles—replicó Esteban.

—¿Papeles de qué? ¿Papel tualé?—Alexander de nuevo rió de lo que él mismo dijo.

—Abre el maletín—ordenó Jhonayker.

—¿Para qué?

—Porque él quiere, púes —intervino Alexander, deseando sonar dominante, pero en realidad sonó ridículo.

—No, pero es que son documentos, nada más.

—¡Que lo abras!—insistió, casi gritando, el muchacho que en un principio había querido comer en KFC.

Escaleras EléctricasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora