Helena

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If I cut off your arms and cut off your legs
Would you still love me anyway?

Una sonrisa se dibujó en su rostro, aún cuando lloraba desesperadamente.

Solían cantar esa canción juntos, saltando y gritando por toda la habitación, terminando en un largo y apasionado beso.

Soltó un gruñido, no le dolía haberlo hecho; le dolía que le había gustado.

Se levantó temblando y caminó hasta la cocina, sacando bolsas de basura negras del cajón debajo de la isla.

Respiró hondo, intentando bloquear de su monte las últimas tres horas, en las que había atado, torturado, descuartizado y matado al amor de su vida; porque eso esa Gerard para él, y ahora no estaba a su lado.

Antes de abrir la puerta del baño se tapó la nariz, probablemente no habría olor a podrido, pero prefería prevenir.

Se asomó por el borde de la bañera donde estaban los restos del pelinegro, al verlo no pudo evitar que las lágrimas cayeran por sus mejillas.

Abrió una bolsa y con su temblorosa mano tomó alguna extensión de la bañera, metiéndola en ella.

Se contuvo las arcadas, no podía vomitar sobre él.

—Gee, amor... Soy un monstruo.

Él lo había atado en algún momento de la noche, casi todo era borroso en su mente.

—If I cut off your arms and cut off your legs,would you still love me anyway? —había cantado Frank mientras se sentaba a horcajadas sobre su novio.

—Yes, sweety —había bromeado Gerard, siguiéndole la corriente. Pero el tatuado no estaba jugando.

—Quedate aquí —dijo mientras salía por la puerta.

Volvió poco después con toallas y una caja de herramientas.

Gerard comenzó a asustarse cuando el otro ató una remera a su brazo, estando a poco de cortar su circulación; pero se forzó a creer que su amado no podría hacerle daño.

Frank había cantado Helena mientras el pelinegro gritaba de dolor y le rogaba que parara, pero él siguió con su mierda hasta que no hubo más carne que atravesar con su mediocre sierra.

—Te amo —había dicho mientras dejaba un último beso sobre sus labios, las últimas palabras que Gerard había escuchado.

Luego quemaría las colchas de la cama y lavaría el piso, o tal vez podía solo huir. Suicidarse no era una opción, no estaba preparado para ver a su chico (si es que había algo luego de la muerte).

Terminó de embolsar los restos y tomó su decisión: los enterraría en el jardín y se iría lejos, a algún otro estado.

Intentó limpiar algo pero fue imposible para él, de solo pensar lo que había hecho le volvía la cena a la boca y tenía que expulsarlo.

Dejó la casa en esas condiciones, no sin antes enterrar a su amado.

Pasaron los años y el recuerdo seguía vivo en su memoria, había cambiado su nombre, se había mudado y tenía un departamento para él solo. Pero aún así sentía que Gerard estaba con él en todo momento, abrazándolo, cantando Helena para él o mirándolo de una forma siniestra, siempre presente.

—¿Qué haces aquí? —preguntó abriendo mucho los ojos.

—Solo quería verte, Frankie —respondió el pelinegro acercándose un poco más a él.

Art is the WeaponDonde viven las historias. Descúbrelo ahora