La autopista del sur

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Gli automobilisti sembrano nom avere storia... Come realtà, un ingorgoautomobilistico impressiona ma non ci dice gran che.ARRIGO BENEDETTI"L'Espresso", Roma, 21/6/1964 

Al principio la muchacha del Dauphine había insistido en llevar la cuenta del tiempo, aunqueal ingeniero del Peugeot 404 le daba ya lo mismo. Cualquiera podía mirar su reloj pero eracomo si ese tiempo atado a la muñeca derecha o el bip bip de la radio midieran otra cosa,fuera el tiempo de los que no han hecho la estupidez de querer regresar a París por laautopista del sur un domingo de tarde y, apenas salidos de Fontainebleau, han tenido queponerse al paso, detenerse, seis filas a cada lado (ya se sabe que los domingos la autopistaestá íntegramente reservada a los que regresan a la capital), poner en marcha el motor,avanzar tres metros, detenerse, charlar con las dos monjas del 2HP a la derecha, con lamuchacha del Dauphine a la izquierda, mirar por el retrovisor al hombre pálido que conduceun Caravelle, envidiar irónicamente la felicidad avícola del matrimonio del Peugeot 203(detrás del Dauphine de la muchacha) que juega con su niñita y hace bromas y come queso,o sufrir de a ratos los desbordes exasperados de los dos jovencitos del Simca que precede alPeugeot 404, y hasta bajarse de los altos y explorar sin alejarse mucho (porque nunca se sabeen qué momento los autos de más adelante reanudarán la marcha y habrá que correr para quelos de atrás no inicien la guerra de las bocinas y los insultos), y así llegar a la altura de unTaunus delante del Dauphine de la muchacha que mira a cada momento la hora, y cambiarunas frases descorazonadas o burlonas con los dos hombres que viajan con el niño rubiocuya inmensa diversión en esas precisas circunstancias consiste en hacer correr librementesu autito de juguete sobre los asientos y el reborde posterior del Taunus, o atreverse yavanzar todavía un poco más, puesto que no parece que los autos de adelante vayan areanudar la marcha, y contemplar con alguna lástima al matrimonio de ancianos en el IDCitroën que parece una gigantesca bañadera violeta donde sobrenadan los dos viejitos, éldescansando los antebrazos en el volante con un aire de paciente fatiga, ella mordisqueandouna manzana con más aplicación que ganas.

 A la cuarta vez de encontrarse con todo eso, de hacer todo eso, el ingeniero había decididono salir más de su coche, a la espera de que la policía disolviese de alguna manera elembotellamiento. El calor de agosto se sumaba a ese tiempo a ras de neumáticos para que lainmovilidad fuese cada vez más enervante. Todo era olor a gasolina, gritos destemplados de2los jovencitos del Simca, brillo del sol rebotando en los cristales y en los bordes cromados, ypara colmo la sensación contradictoria del encierro en plena selva de máquinas pensadaspara correr. El 404 del ingeniero ocupaba el segundo lugar de la pista de la derecha contandodesde la franja divisoria de las dos pistas, con lo cual tenía otros cuatro autos a su derecha ysiete a su izquierda, aunque de hecho sólo pudiera ver distintamente los ocho coches que lorodeaban y sus ocupantes que ya había detallado hasta cansarse. Había charlado con todos,salvo con los muchachos del Simca que le caían antipáticos; entre trecho y trecho se habíadiscutido la situación en sus menores detalles, y la impresión general era que hasta CorbeilEssonesse avanzaría al paso o poco menos, pero que entre Corbeil y Juvisy el ritmo iríaacelerándose una vez que los helicópteros y los motociclistas lograran quebrar lo peor delembotellamiento. A nadie le cabía duda de que algún accidente muy grave debía haberseproducido en la zona, única explicación de una lentitud tan increíble. Y con eso el gobierno,el calor, los impuestos, la vialidad, un tópico tras otro, tres metros, otro lugar común, cincometros, una frase sentenciosa o una maldición contenida.

 A las dos monjitas del 2HP les hubiera convenido tanto llegar a Milly-la-Foret antes de lasocho, pues llevaban una cesta de hortalizas para la cocinera. Al matrimonio del Peugeot 203le importaba sobre todo no perder los juegos televisados de las nueve y media; la muchachadel Dauphine le había dicho al ingeniero que le daba lo mismo llegar más tarde a París peroque se quejaba por principio, porque le parecía un atropello someter a millares de personas aun régimen de caravana de camellos. En esas últimas horas (debían ser casi las cinco pero elcalor los hostigaba insoportablemente) habían avanzado unos cincuenta metros a juicio delingeniero, aunque uno de los hombres del Taunus que se había acercado a charlar llevandode la mano al niño con su autito, mostró irónicamente la copa de un plátano solitario y lamuchacha del Dauphine recordó que ese plátano (si no era un castaño) había estado en lamisma línea que su auto durante tanto tiempo que ya ni valía la pena mirar el reloj pulserapara perderse en cálculos inútiles.

Todos los fuegos el fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora