Capítulo 2: Acompáñeme, princesita.

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Ardía en rabia. Estando parada al fuera del estudio con el teléfono en mano, en frente de la puerta que la alejaba de la gente y bajo el techo que la protegía de la fuerte tormenta, toda ella era una maraña de emociones negativas que podrían explotar en cualquier momento si no hacía algo. Necesitaba su cuaderno, necesitaba su diario para escribir todo y ver si así no golpeaba al primero que se le pusiera en frente.

¡Nathanaël era una molestia andante! ¡Él era el culpable de todo!

Le había encantado el libreto, incluso con los cambios que le habían hecho al que le dieron a ella cuando le ofrecieron el papel, ¡hasta su maquillista y los encargados del vestuario eran grandes profesionales y se habían tratado de lo mejor! Pero no, él no pudo dejarla a ella en paz. Cuando el director saludó a todo el equipo, les agradeció por su presencia y dio las palabras de siempre, de que les alegraba tener a tan profesionales personas y demás, él había tenido que pedir la palabra justo antes de que comenzaran a trabajar, solo para decir con su insoportable condescendencia fingida que sobretodo a todos les alegraba trabajar con Chloé Bourgeois, tan reconocida y encantadora actriz, a lo que ella no pudo más que tapar su rabia y vergüenza ante su mirada burlona con una sonrisa nerviosa. Y luego, cuando todo de la primera escena había salido bien, pero ella se había confundido con uno de los cambios en el libreto, el director había dicho «¡Corte!», pero fue Nathanaël en su esplendor quien le había corregido duramente y le había preguntado si era que no se había aprendido el libreto, a lo que ella respondió que fue él quien se lo acababa de dar. Supo por sus miradas que nadie le había creído, que solo la veían como una irresponsable haciendo un berrinche; solo se disiparon las dudas después de que la secretaria del director informara que, en efecto, el libreto dirigido a Chloé Bourgeois que debió estar en sus manos dos días después de llegar a París, estaba en la oficina, habiendo sido olvidado por el cartero. Y ella, intentando no ser así y repitiéndose que no se lo merecían, que el del problema era el pelirrojo, tuvo que tragarse todas sus ganas de gritar «¡Se los dije!», para seguir con sus dos coletas azabache y mirada dulce y vestimenta medio bohemia con la escena, sin decir nada. ¡Pero Nathanaël, aun con eso, no se disculpó!

¡Argh!

—Por mucho que llames, no te va a caer, Chloé. La señal está interrumpida por la tormenta —aconsejó con tono casi amable la misma persona que hace unos segundos estaba insultando en su cabeza, sonriéndole a su lado, mientras miraba con una alegría infinita la lluvia caer.

Por primera vez en la media hora que llevaba intentando llamar se fijó que, para su sufrir, él tenía razón. Por muy moderno que fuera su teléfono no tenía ni una barra de comunicación. Eso la dejaba sin posibilidad de llamar a su chófer y sin posibilidad alguna de irse de forma que no fuera en taxi.

Abrió su cartera, dándose cuenta que lo único que cargaba eran tarjetas de crédito. Ni un euro, ni allí ni en sus bolsillos. 

Recobró su mirada al frente, luchando por convencerse de que tendría que hablarle al chico que estaba al lado. Puede que al terminar la grabación se hubiera despedido de lo más amable de todos menos de él, y que se hubiera jurado jamás dirigirle la palabra primero, pero ni loca iba a perder su ropa o maquillaje o peinado en la lluvia y pedirle a alguien que la llevara sería caer demasiado bajo.

Suspiró.

—Nathanaël, ¿me prestas dinero para un taxi... por favor?

Si el joven hubiera estado tomando algo, de seguro lo habría escupido de la impresión.

Después de lo sucedido adentro, juró que Chloé no le volvería a dirigir la palabra, o que si lo hacía sería para insultarlo, o para amenazarlo, o para decirle sensualmente «Hasta la vista, baby» antes de darle un disparo con él suplicando por su vida en un callejón oscuro. Vaya, quizás tenía demasiada imaginación.

De Pinceles y Labiales |Nathloé|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora