Capítulo 4

0 0 0
                                    

Me miro al espejo y no puedo evitar el suspiro que escapa de mis labios. La persona que me devuelve la mirada tiene unas hondas ojeras bajo los ojos, el pelo revuelto y la piel pálida. Los acontecimientos de esta última semana me han dejado KO.

No puedo parar de pensar en los jardineros sin pupilas y mi profesora-pez. Nadie parecía haberse dado cuenta excepto yo misma... ¿Me estoy volviendo loca? Parece lo más probable.

La voz de mi madre me saca de mi ensueño:

-¡Alice, llegarás tarde al instituto!

Esta mañana Jas no ha podido recogerme con su moto, ya que está "enferma". Lo hace muy a menudo: cuando no le viene en gana ir al instituto de mierda, decide quedarse en casa y tragarse todos los capítulos de Skam, nuestra serie noruega preferida.

En fin, el caso es que me toca coger el autobús, cosa que me saca de quicio. ¿Por qué no puedo ser como Jas y tener una falta de responsabilidad tan grande que no me importe saltarme clases? Porque he salido a mi madre, bien organizada y dispuesta a comerse el mundo.

-¡Alice, si no bajas ahora mismo tendremos problemas! - me recuerda la voz estridente de mi madre.

Bajo las escaleras de dos en dos y le doy un beso a mi madre y otro a Gin.
Esta última hace una mueca de asco ante el contacto de mis labios contra su mejilla, como hace siempre, aunque sospecho que en el fondo no le molestan mis muestras de afecto y lo hace para chincharme.

Me despido de ellas y abro la puerta, que emite el usual chirrido de madera vieja. Le he dicho mil veces a mi madre que llame a Manolo, el hombre que nos pinta las paredes y, básicamente, lo arregla todo en nuestra casa, para que tire aceite debajo de la puerta, pero no me hace caso.

Cuando salgo por fin a la calle, el aire fresco de la mañana me golpea el rostro, y agradezco la insistencia de mi madre en que me ponga una chaqueta, ya que sinó ahora mismo estaría congelada.

En mi camino hacia la estación de autobús, veo a un mendigo con la tez bronceada retorcido en el suelo, pidiendo limosna. No lleva zapatos, y su aspecto me indica que no ha dormido en por lo menos tres días. Me acerco a él y le tiro monedas dentro del baso que sujeta con su mano derecha. Él me regala una triste sonrisa y, cuando estoy a punto de marcharme, algo capta mi atención. Me quedo momentáneamente sin respiración.

Las uñas de sus pies son largas y retorcidas, y los dedos, grandes y peludos. Pero no es eso lo que realmente me deja estupefacta, sino el hecho de que los pies son inhumanamente grandes, el doble de lo que medirían unos pies normales.

Sigo mi camino a toda prisa, sin mirar atrás ni reflexionar sobre lo que acabo de ver. Es demasiado como para asimilarlo de golpe.

En el instituto las clases transcurren con normalidad, pero mi mente no para de viajar hacia el pobre mendigo y sus pies...

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Mar 26, 2017 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Mirada PerdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora