Yo Pecador

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-Perdóneme padre porque he pecado.- dice el hombre al otro lado de la rejilla.

-Confiesa tus pecados hijo mío.- contesta el sacerdote.

-Padre lo que le voy a contar es prácticamente mi vida entera, pues es la primera vez que me confieso.- dice el hombre.

-Adelante hijo, nunca es tarde para el arrepentimiento.- responde el sacerdote.

-Todo comienza cuando cumplo doce años, la muerte de mi padre afectó no solo en lo sentimental, también en lo económico, pues, él era quien sostenía la casa, tanto así fue la decadencia monetaria que de un momento a otro terminamos sin nada debido a lo despilfarradora que fue mi madre, todo por mantener una imagen frente a la gente que nos daría la espalda al momento de la total quiebra. Literalmente terminamos en la calle, debajo de un puente hediondo a orines, cubriéndonos con cajas de cartón para ocultarnos de las miradas de lastima y asco que nos lanzaba la gente. Vivíamos de las limosnas que recogíamos entre mis dos hermanos, mi madre y yo.

Cierto tiempo después, mi madre, quien nunca hizo nada productivo en su vida, consiguió un trabajo, pero aun así seguíamos viviendo en la calle. Mi madre no aparecía sino hasta la mañana siguiente, siempre con algunos billetes arrugados, maltratada, con el olor a distintos perfumes, alcohol y cigarrillos enredados en sus cortas ropas y su cabello desarreglado.

Una noche la seguí, estaba intrigado por lo que mamá hacía, así que fui tras ella sin que se diera cuenta. Caminamos hasta llegar a un parque tenuemente iluminado por las farolas anaranjadas de los postes de luz, un parque donde unas manos gigantes eran unidas por un tornillo que las atravesaba simbolizando la unión de los enamorados, muy cerca de ahí habían muchos lugares llenos de borrachos, delincuentes, vagos y otras mujeres como ella.

Vi que un tipo se le acercó, uno de esos borrachos, lo vi acariciando su pecho e introduciendo su mano bajo su corta falda, veía a mamá indefensa, eclipsada por este tipo, este asqueroso tipo la arrincona contra una pared y le empieza a hacer cosas que nunca en mi vida había visto, la tocaba por todos lados, le pasaba su pútrida lengua por el cuello y las orejas, luego la introdujo por su boca hasta la garganta. Mi madre no hacía nada, así que traté de ayudarla, tomé una roca y la lancé a la cabeza de aquel sucio hombre.

-¡Corre mamá, corre!- gritaba mientras buscaba una segunda roca.

¿Sabe qué hizo? Ella no corrió, ella le pidió disculpas a ese hombre por el acto que ese pequeño vagabundo había hecho, ese pequeño la confundía pues ella no tenía hijos, eso le dijo. Yo quedé desconcertado por su respuesta, como era posible que mi propia madre me negara.

-¡Yo soy tu hijo!- grité viéndola a los ojos, pero su mirada era vacía.

El hombre se acercó a mí y me agarró por el hombro, yo traté de soltarme, pero su fuerza era mayor, por última vez miré a mi madre, pues este hombre me golpeo en la cara, un puñetazo tan fuerte que me reventó la nariz, otro más que me partió los labios, uno más fuerte en el ojo izquierdo y el último que me dejaría inconsciente sobre las baldosas rojas que cubrían la acera. A la mañana siguiente desperté desorientado, con la cara estropeada, bañada en sangre y un dolor sin igual. Piense usted padre ¿qué se esperaba para un niño indefenso como yo que era golpeado de esa manera?- preguntó el hombre después de su relato.

Obviamente era una situación difícil para el sacerdote, ¿qué podría contestar?, las confesiones más graves que podría recibir un clérigo serían sobre infidelidad, hurto, mentiras o una que otra vez que le piden consejos, pero a este nuevo sacerdote, a este novato le tocaría la prueba más dura en su primer día. Tras unos segundos de analizar el relato del extraño hombre, morder un par de uñas y pensar en una respuesta sutil contestó:

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⏰ Última actualización: Mar 28, 2017 ⏰

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