Satoshi

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La junta había empezado tan solo un par de horas atrás. Junto a él se encontraban los señores feudales mas adinerados e importantes de toda la nación del agua y parte de la nación del fuego.

Comenzó a ver por la ventana donde un pequeño azulejo le daba de comer a su polluelos. Las conversaciones no eran de su mínimo interés, pero tenia que tener un perfil como asistente; y fue así como comenzó a divagar entre sus recuerdos, el ultimo dia en que la miro.

Hace no mas de 12 años, justamente en el festival del clan, habia ocurrido aquello que cambio la vida de su familia.

La mañana era tranquila y el ruido del movimiento de las personas alegre que con optimismo decoraban las calles y sus respectivos hogares.

-Nii-chan, Vamos, vamos! corre- gritó una pequeña de cabello rosado que sostenía en sus manos un ramo de Narcisos blancos- debemos mostrárselas a mamá. ¡Rápido, que pareces tortuga!

Se quejo mientras lo empujaba para apresurarse, su casa estaba subiendo la colina. Solo rio ante la inperactividad de su hermana de próximos 4 años. No había tomado mucho tiempo llegar pero en cuanto llegaron, una señora de cabello azul cual cielo, los recibió al pie de la puerta.

-Satoshi-kun, Sakura-chan... Volvieron antes- Sonrío la mujer, mientras abrazaba a ambos.

-Sí, Sakura le trae flores a la abuela.

-Narcisos, los favoritos que tu abuelo le obsequiaba- acaricio las manos de la pequeña y aspiro el dulce olor de éstas.

-¿Qué ocurre, por qué luces triste? Baa'chan?

-No es nada.

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"En ese momento hasta Sakura lo notó. Ese seria el último buen recuerdo que tendría, después de eso los problemas se hicieron mas notorios que no pude evitar que mi hermana se preocupara."

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-No te lo estoy preguntando Kizashi, te lo estoy ordenando. Has nacido con la gracia de tus predecesores, fui muy tolerable cuando te casaste con esa mujer de la aldea de nube.

-Nos iremos, ya tome esa decisión.

-Me quedaré con la niña, tú y esa mujer pueden hacer lo que quieran. Ella será criada bajo las normas y tradiciones para Tanabata, será quien esperé por la llegada de Kobuyio.

-¡No permitiré que Sakura se quede, Mi familia irá conmigo quieras o no, padre!

Se levanto del lugar donde permanecía sentado. El líder de la casa, sabía que no podría convencerlo de qué de quedará, y sabía que poner a su nieta en ese lugar erá muy egoísta, pero erá su camino. Aquel que creciera con el color único de la primavera estaría destinado a permanecer encarcelado al clan, a la vida que les toco.

-Lo hablaré con los señores feudales, ellos cuidaran a Sakura y la educaran como corresponde.

-No, Padre -Suplicó de rodillas el hombre de cabellos plateados, sólo lo miro -Por favor, sabes lo que le ocurrió a la abuela, no quiero que mis hijos pasen por lo mismo, vivir en soledad con tareas rutinarias... yo..

La visión del patriarca del clan se volvió borrosa y dificultosa, apenas podía distinguir al joven que se encontraba a sus pies. Un dolor intenso y agudo paso de sus oídos hasta su brazo izquierdo, que subió hasta su pecho y se desplomó en el suelo.

-¿Padre que ocurre? ¡Padre, Padre! -Preocupado lo sostuvo entré sus brazos y lo recostó en el suelo.

Mientras el aire le faltaba cada vez mas, sus ojos se ponían rojos, fue en una fracción de minuto en la que un destello de luz y la silueta de una mujer alta y de largo cabello rosado y kimono blanco lo esperaba con los brazos abiertos, se miro joven nuevamente y corrió hacia ella, sin saber que ese camino le robaría la vida en el mundo mortal.

-¡Alguien, Ayuda!

El grito de su padre lo hizo despegarse de la puerta, para buscar ayuda. Sabía que no estaba bien espiar pero erá necesario para proteger a su hermana.

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Después de la muerte de su abuelo, la aldea completa se reunió, y con ello la junta de sacerdotes que nombrarian a aquel que seria el sucesor de la antigua Kakusai.

Se había ofrecido como tributo ante su padre. El quería que Sakura tuviera la vida que merecía antes de quedar atrapada bajo las normas del Clan.

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La junta había terminado, el sereno de la noche lo recibió cuando salio de la torre de Juntas. Ahora sólo tenia que llegar a Casa, un recorrido de aproximadamente 30 minutos los cuales le servían para pensar. Detrás de él lo seguía un caballero, un joven de cabello morado que quizá rondaba por la edad que tendría Su hermana.
Lo miro de soslayo, la pose olgazana que tanto lo caracterizaba, apoyar los antebrazos en su espada, que estaba en la parte trasera. Veía los pajarón que recogían sus pichones y los enseñaban a volar. Todo erá tan nostálgico, pero esperaba que valiera la pena. Todo valdría la pena.

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