Después de varios minutos abrazados en la ducha, Steve lo llevó a su habitación. Tony no se quejó ni se resistió. Tanto su cuerpo como su alma estaban demasiado dañados para evitarlo. Además, la calidez que sentía por su cercanía le daba un poco de paz.
Olvidar... no, no podría, se lo debía a sus padres. Así mismo. Aunque... nacía en él un anhelo vehemente porque Steve se quedara con él.
"Bucky me obligó"..."No tenía idea, lo malentendiste todo"... "Quise evitar que sucediera una tragedia"... "Te amo, no puedo dejarte"... "Perdóname, por favor"... cualquiera de esas frases hubiesen bastado para que Tony cediera, mandara su orgullo a la mierda y lo aceptara como antes... podía cargar con el dolor de la mentira, pero no el de la lejanía. Lo supo desde que recibió el primer golpe de parte de su amado.
Steve lo puso con suavidad en la cama y trató de irse, pero Tony tomó su mano con ansiedad, -Quédate... por favor.
El rubio lo miró con tristeza, pero se mantuvo en silencio. Fue hacia la puerta y la cerró, para luego rescostarse a su lado. Tony estaba de espaldas. A pesar de estar en la misma cama, se sentía como si un impasable muro estuviera entre ellos... y ese muro tenía nombre... Bucky.
Vibró al sentir su brazo rodearlo por la cintura, y su aliento en su cuello desnudo. Posó su mano sobre el brazo del ex Capitán y la acarició con suavidad. Esa piel de porcelana era tan distinta a la suya. Pálida y suave, como de un hombre de unos veintitantos. Era difícil pensar que tenía a cuestas varias décadas. En cambio, la carne de Tony estaba áspera y mallugada, con cicatrices, algunas casi visibles, otras profundas, igual que las heridas de su alma. Podría tener menos edad, pero sus experiencias estaban esculpidas en su epidermis, un recordatorio de lo poco que valía.
Ambos eran tan diferentes, pero no importaba en lo absoluto. Lo amaba... a pesar de todo, no podía dejar de quererlo. Era lo más preciado en su vida. El odioso anciano, ese tonto Capipaleta... el único capaz de herirlo tan profundamente. Tony siempre lo supo... que no sería el Mandarín o un ejército chitauri lo que lo llevaría a su final... sería él. Una frase, un gesto, solo eso era necesario para que Steve Rogers terminara con Tony Stark.
De pronto, el mutismo del rubio empezó a angustiarlo. Ni una palabra había dicho desde su llegada. Se preguntó entonces si su mente le estaba jugando una mala pasada... que ese aliento, esos brazos que lo habían cargado hasta su cama... esos labios que le habían devuelto el aire eran solo un espejismo.
Sintió el cuerpo del rubio aproximarse más, abrazándolo con fuerza, capturándolo sin oportunidad de escapar... era su presa. El castaño cerró los ojos y disfrutó aquella proximidad. Si fuesen solo unos pocos minutos no importaría... lo necesitaba.
Rogers se enderezó nuevamente, pero esta vez Tony no le pidió. Se quedó sentado en la cama, sin mediar palabra, con la vista baja. Tony no lo volteó a ver, no era capaz de hacerlo para luego mirarlo partir, hasta que juró escuchar un sollozo.
Se dio vuelta, al mismo tiempo que el rubio se ponía de pie y se dirigía a la puerta. La abrió despacio, y sin decir nada, se fue.
Éste no lo detuvo... Steve había tomado una decisión y no daría marcha atrás. Se recostó nuevamente, abrazando la almohada donde segundos antes había sido de Steve, para poder disfrutar su aroma por última vez.
Y en medio de ese silencio doloroso, se durmió finalmente.